Ella viene de un mundo de colores.
No como los colores que tú conoces. No como el rojo, el verde, el amarillo.
No, ella viene de un mundo de colores. El color de tu corazón cuando ves al que amas más que a nadie, el color de tu mente cuando aprendes algo nuevo, el color de tus lágrimas cuando te despides por última vez de tu mamá.
Ella viene de un mundo de sonidos.
No como los sonidos que tú conoces. No como el claxon de un tren, no como el ronroneo de un gato contento, no como la caída de un vaso al piso.
No, ella viene de un mundo de sonidos. El sonido de tu sonrisa cuando tu papá te besa la frente, el sonido de tu pulso cuando te paras frente a un público a declamar, el sonido de tus ojos al mirar a tu hermana cuando haces referencia a un chiste local.
Ella viene de un mundo de aromas.
No como los aromas que tú conoces. No como el aroma de una vela navideña, no como el aroma de tierra mojada, no como el aroma de una tienda de abarrotes.
No, ella viene de un mundo de aromas. El aroma de la risa de tu bebé, el aroma de tu oración cuando ruegas a Dios que no se lleve a tu mejor amiga, el aroma de las palabras que tu novio te susurró al oído justo antes de su boda.
¿Y por qué, entonces, la ves aquí? ¿Aquí en tu mundo de rojos comunes, de cláxones corrientes, de velas ordinarias?
¿Realmente quieres saber su historia? Bueno, te cuento.
Elena vivía en una creación espléndida. Su vida era una intensa de gozo y de amor, pero esa intensidad traía también quebrantamiento de corazón y penas profundas.
Su mejor amiga, se llamaba Jessica. Desde bebés habían sido vecinas y no había cosa que no compartían. Su amistad era cómoda y segura, como un chocolate caliente, como un abrazo de tu abuelita, como un anillo de bodas.
Pero un día conoció a una amiga diferente.
Por las tardes, Elena salía a caminar cerca de su hogar. A veces, la acompañaba su hermano, mientras sus papás se quedaban sentados en el patio, platicando. Pero, el día que conoció a Vania, había salido sola. Se dirigía hacia el impresionante bosque de colores intensos, colores claros como el canto de las aves y colores profundos como el redoble de tambores. Estaba pensando en cosas bellas, en la hermosura de la inocencia de un niño y en el encanto del sabor de una fresa recién cortada, cuando oyó pasos atrás de ella. Volteó y vio que se acercaba una chica de su edad. No se veía del todo normal. Sí, sus facciones y su ropa eran normales, pero su comportamiento era más gris que lo normal. Y además, su aire era plano. Quizás para ti esto no tenga mucho sentido, pero en el mundo de Elena, era no sólo claro, sino extraño. Intrigada y amable, Elena se detuvo para presentarse.
“Hola.”
“Hola.” Pero la sonrisa de la chica no era tan fuerte como la de Elena.
“Me llamo Elena. ¿Eres nueva por aquí?”
La chica se presentó como Vania y comentó que acababa de mudarse. Elena sintió compasión por esta chica gris y pasó el resto de la tarde caminando y platicando con Vania cerca del bosque.
Cuando no estaba estudiando, ni ayudando a su familia en el negocio, Elena estaba con Jessica, pero ambas procuraban ser amables e invitar a Vania a pasar tiempo con ellas. Vania no tenía hermanos, vivía sola con su mamá, entonces disfrutaba estar con ellas. Al menos eso decía, pero nunca se oían colores en su voz cuando lo expresaba. Era como si sólo sintiera a la mitad.
Todos los vecinos sabían que había algo diferente en Vania, pero Elena nunca se atrevió a preguntarle a Vania por qué era más gris, más plana que todos los demás. Jessica, por otro lado, no tenía problema en preguntar y la única razón por la que nunca lo hizo fue la exclamación de Elena cuando declaró su intención de de preguntarle.
“¡No! ¿Cómo podrías preguntarle? Pobrecita, no sabemos por qué es así, no seas cruel.”
Pero, llegó el día cuando Elena se enteró.
Todo comenzó porque Jessica no abrió la puerta un día cuando Elena fue a su casa. Elena la había visto llegar de la escuela. Sintió el rechazo como un rojo vivo, pero decidió esperar una explicación antes de reclamarle a su amiga. El problema fue que la explicación nunca llegó.
Unas horas después, cuando regresó a casa de Jessica para preguntarle qué había pasado, Jessica salió, le dijo unas palabras y cerró la puerta.
“Ya no somos amigas.”
Fue la última vez que Elena oyó la voz amarilla y geométrica de Jessica.
Regresó a su casa sintiendo la violencia de un huracán con sus ruidos rojos y negros, pero al pasar los días y las semanas sus emociones cambiaron a tonos grises y azules y, en lugar de oír truenos feroces cuando pensaba en Jessica, sólo oía violines melancólicos.
Ahora, le quedaba una amiga. Una amiga que la abrazaba sin preguntar por qué la veía tan amarga. Elena apreciaba mucho que Vania no mostrara el deseo de hablar de Jessica. Tal como había cortado toda relación con Elena, había también dejado de hablarle a Vania. La diferencia era que así como Vania no disfrutaba del aroma a magnolias de su amistad, ahora el olor a la fruta podrida del abandono tampoco la afectaba mucho.
Y eso fue lo que por fin le explicó a Elena un día que el dolor era particularmente agudo.
“Tú crees que yo soy gris y plana porque nací rara?” Se rió un poco. “Elena, soy así porque elegí ser así. Es cierto que no aprecio los aromas de una puesta del sol, ni los colores de la música, pero desde que mi papá nos dejó, decidí que no valía la pena. Así como soy, tampoco siento el dolor de una relación quebrantada, los colores oscuros de la traición no me afectan. Si una persona me abandona, no oigo cacofonías por las noches. La vida es más plana, pero menos dolorosa.”
No fue difícil para Elena creer que la vida un poco gris, con colores y aromas menos intensos, sería más fácil.
Y por eso la ves aquí.
Muy pronto, Vania y Elena decidieron venir a este mundo, a tu mundo. En donde la música no tiene aromas, en donde los sentimientos no tienen sonidos y los colores no son más que colores.
Aquí no son raras, aquí son lo que todos somos.
