Días de luto,
tras la angustia
de noches frías de tribulación.
Cada sueño
hecho ceniza, tu devastación
concluida.
La vida repleta de aflicción.
Mas Dios ordena:
ya no cenizas de desolación
sino gloria.
Ya no quebranto a lamentar
sino gozo.
Ya no la angustia en su desnudez
sino un manto
de alegría.
Me enamoré de ella.
Sus ojos, con forma de almendra, llenos de alegría.
Sus labios, que jugaban y reían.
Su cabello, brillante en el sol y suave entre mis dedos.
Su vo, música, ya firme, ya tímida.
Pero, ah, ¡su alma!
Me enamoré de ella.
Su alma que abría el corazón compasivo,
al de corazón quebrantado,
que sentía dolor y simpatía
con aquel que contaba su sufrimiento,
que compartía algo chistoso
al que más necesitaba reír,
que compartía sabiduría
al que más lo necesitaba oír.
¡Ah, su alma!
que me daba aliento,
que era mi sol, mi luna,
que era mi razón de vivir.
Me enamoré de ella.
Sus ojos, rodeados de arrugas, llenos de alegría.
Sus labios que juegan y ríen.
Su cabello blanco y plateado y suave entre mis dedos.
Su voz, música, ya firme, ya tímida.
Y ah, ¡su alma!
Sigo enamorado de ella.