Ella pegó un brinco al oír el grito de su esposo. Solo había una razón por la que Lalo jamás le alzaría la voz Dejó caer la escoba y corrió hacia la puerta de su casa. Justo en ese momento, Lalo rodeó la esquina de la casa y corrió hacia ella. Tenía terror en sus ojos. Berenice dejó la puerta abierta, pero para su sorpresa, Lalo apretó los labios y cerró la puerta, quedándose afuera.
—¡Ponle seguro!
—Pero, Lalo, ¡métete! ¡Te va a alcanzar!
—¡Ponle seguro a la puerta! Mi plan es atraerlo al campo. Ahí puedo enfrentarme con él sin que él lastime a nadie más.
—Lalo, ¡no! ¡Tú solo no!
—¡Si no lo haces, aquí me voy a quedar hasta que llegue!
Frente a esa amenaza, Berenice se rindió. Aseguró la puerta y escuchó los pasos de Lalo irse hacia el campo atrás de la casa.
Y minutos después, unos pasos muy pesados atravesaron su patio. Cayó una sombra fría sobre la casa y luego desapareció.
Berenice pasó horas sola. Esperando. Orando. Preocupándose y volviendo a orar. ¡Lalo, solo! ¡Lalo, sin ella! Observaba pasar los segundos en el reloj de la cocina y recordaba cada momento de esa mañana, procurando cambiar los sucesos, cambiar su reacción, cambiar el resultado, hacer que Lalo estuviera allí con ella.
Al fin, el reloj marcó la hora de actuar. Lalo aún no había regresado y ella siguió el plan que juntos habían diseñado para un día como este. Tomó las dos mochilas que ya estaban listas en el clóset y la llave de la casa. Con cuidado aseguró todas las ventas y la puerta principal, luego salió por la puerta trasera. En el patio de atrás, no quedaba indicio de lo que había pasado esa mañana. Y no estaba Lalo. Berenice respiró profundo y luego, se dirigió hacia el punto de reunión: una cueva en el bosque, que también era su casa de seguridad.
Caminó rápido y en silencio y dentro de unos minutos, llegó al bosque en donde se oía el cantar de los pájaros y los grillos. Siguió el pequeño camino que sólo identificaban los nativos del área, sus pasos no sonaban en la tierra, aunque los daba firmes y con propósito. Había recorrido un poco más de la mitad del camino hacia la cueva, ya los grandes árboles se estaban quedando atrás, su camino la llevaba por la colina entre rocas cada vez más grandes, y de repente, algo cambió en el ambiente. Se oían menos pájaros, pero había algo más. Se detuvo un segundo. No se permitió ni respirar.
Y fue cuando los escuchó a lo lejos: ¡pasos atrás de ella!
Comenzó a correr.
El terreno rocoso era peligroso. Las piedras se deslizaban bajo sus pies. Ya no podía progresar en secreto. El ruido de las piedras, junto con su respiración pesada, gritaban su posición a los cuatro vientos. Comenzó a sentir el frío. La sombra delmonstruo aún no la tocaba, pero el frío ya se acercaba. ¿Cómo era posible que fuera más grande que hace unas horas?
Berenice se había quedado sin aliento. Algo le quemaba en los pulmones y en las piernas, también. Escuchó los pasos delmonstruo, cada vez más pesados, cada vez más largos.
La cueva ya no quedaba lejos, pero ¡necesitaba a Lalo! ¡Ya no podía más!
Justo en ese momento, salió Lalo de detrás de una roca, aún con terror en su rostro. Tomó la mano de Berenice y juntos comenzaron a correr.
—¡No te detengas! Sí alcanzamos a llegar! —Lalo estaba gritando de nuevo.
Berenice a penas tuvo la energía para contestar. —No puedo… tú sí… sí llegas…
La respuesta de su esposo solo fue apretar los labios. Su sugerencia había caído sobre oídos sordos. ¡Lalo jamás la dejaría ahí afuera con…esa cosa! Y el calor de la mano de su esposo le infundió ánimo. Esos pasos horribles ya no se oían tan cercanos y parecía que el frío también se estaba desvaneciendo un poco.
Al fin, llegaron a la entrada de la cueva. La puerta tenía un seguro especial que sólo abría con dos llaves y cada quien llevaba una. Sus manos temblaban y con dificultad metieron las llaves a los seguros, pero cuando lo lograron, se abrió la puerta fácilmente y en silencio. En cuanto la cerraron tras ellos, salió a la vista el que los perseguía. Se aprovecharon de las ventanas escondidas para observarlo mientras pasaba. Berenice quedó boquiabierta de terror y asco, pero Lalo no pudo con el espectáculo horrible y bajó la mirada antes de que siquiera desapareciera entre las rocas.
Era un monstruo.
Era Lalo. Pero, no el Lalo que Berenice conocía. Ni el Lalo que Lalo mismo reconocía. Era una figura de Lalo, una parte o quizás una copia, mal hecha y estirada y exagerada hasta ser irreconocible, aunque tuviera las mismas facciones.
Cuando Berenice dio la espalda a la ventana, con un suspiro de alivio, vio a su esposo, agachado en el piso, cubriéndose la cara con las manos. Y en el tenso silencio, se comenzaron a oír unos sollozos que partían el alma.
Berenice no tenía palabras. Mientras corrían juntos, él había sido el fuerte, el protector, el que la tranquilizaba. Pero, ahora… se acercó con Lalo, se sentó en el piso de la cueva y lo abrazó.
Pasaron las horas. El cielo afuera oscureció. Salieron las estrellas. Y Lalo comenzó a tranquilizarse, recargándose cada vez más en los brazos de su esposa.
Cuando por fin se recuperó, Lalo se enderezó y tomó las manos de Berenice: —Amor, lo siento mucho. ¡Lo siento tanto! —Berenice quiso interrumpir para consolarlo pero él siguió hablando y el pánico regresó a sus palabras—. ¡Es que nos va a destruir! ¡Y es mi culpa! Nos va a cansar o nos va a destruir…¡a menos de que lo podamos encerrar de nuevo! No sé cómo decirte lo mucho que lo siento. —Las lágrimas corrían de nuevo por las mejillas de ambos, pero, Berenice estaba sonriendo.
—Te creo, cariño. Mira, ya estamos juntos y por eso mismo él no podrá alcanzarnos. Tú y yo, juntos, somos demasiado fuertes para él. Eso de que tú me dejes en la casa y salgas a vencerlo solo no se vale, ¡eh! Juntos podemos hacer lo que jamás podríamos separados. Te amo, Lalo.
Lalo se limpió las lágrimas pero tenía el ceño fruncido: —¿Cómo sabes? —Berenice señaló la ventana y fueron para asomarse.
Ahí, afuera de la cueva estaba el monstruo. Pero, ¿cuál monstruo? Seguía siendo una extraña y torcida copia de Lalo, pero su ferocidad había desaparecido. Su fuerza, desvanecida. Estaba dando vueltas a una roca lentamente como confundido.
—Cuando estamos separados, él es lo peor que nos puede pasar. Pero, estamos juntos y… ¡pues, míralo! —Berenice sonrió, suspiró y sonrió de nuevo. Lalo la abrazó. Luego, tomó con una mano, las cadenas que estaban en la cueva justo para eso, con la otra, tomó la mano de su esposa y salieron juntos de la cueva.
Carla suspiró al ver la Biblia abierta sobre la mesita.
Unos días antes su abuela había fallecido y ya estaban metiendo todas sus pertinencias a estas cajas de cartón. Su mamá estaba en la sala, llorando al guardar las figuritas de cristal que había coleccionado la abuela a través de toda una vida. Suponía que su papá seguía limpiando la cochera. Carla se preguntó por qué le habían dejado lo más difícil a ella. ¡La habían enviado a guardar las cosas de la recámara! Allí donde estaba toda la ropa que aún tenía el aroma al perfume de su abuela, allí donde aún estaba su argolla de matrimonio sobre el tocador, en la charolita plateada que tenía grabado su nombre: Evelina Abitahan, allí donde estaba la Biblia aún abierta sobre la mesa que estaba a un lado de la cama.
Él les respondió:
—A ustedes no les toca saber ni los tiempos ni las ocasiones que el Padre dispuso por su propia autoridad.
El versículo estaba subrayado pero Carla nunca había entendido por qué su abuela lo citaba tanto. Habiendo tantos versículos consoladores sobre el carácter de Dios… y ya no tendría la oportunidad de preguntar.
Se talló los ojos y abrió el cajón de la mesita para empezar a vaciarlo. Sacó unos pañuelos blancos, bordados que olían a flores. Sacó un pequeño frasco de agua de rosas. Y luego, sacó un libro. Parecía que estaba forrado de piel y pensó que era otra Biblia, pero nó, era muy delgado. Lo abrió y de repente una luz blanca llenó la recámara. ¿Era una pantalla? Clara lo tocó y se sorprendió cuando pareció moverse la pantalla, ¡como si fuera una hoja de papel! Se dio cuenta de que era un libro pero cada página estaba alumbrada como si fuera una pantalla. ¡Nunca había visto algo así! Estaba a punto de llamar a su mamá cuando vio que había dos pequeños símbolos al pie de cada página: una bocina y un rectángulo. Tocó la bocina y dio un brinco cuando oyó la voz de una mujer. ¿No había cómo cambiar el volumen? Encontró el botón y lo bajó. Luego, se regresó a la primera página y, emocionada por descubrir más, tocó el símbolo del cuadrito que no reconocía. Pegó otro brinco cuando de la pantalla en sus manos se proyectó al techo el video de una joven que se peinó el cabello oscuro con los dedos antes de hablar.
— La Capital de México a 15 de junio de 2854. Este diario es el primero que me compro con mi propia moneda. Por eso decidí comprar la versión forrada en piel, sé que es un lujo pero no creo volver a tener la oportunidad de gastar tanto en algo personal. Además, este diario será el más especial hasta el momento. —La chica sonrió—. Este diario es el primero en el que mencionaré un nombre muy especial: Antoni. Conozco a Antoni desde hace tiempo, es del sur pero vino a la Capital por el trabajo. Trabaja con la Fuerza de Defensa Espacial. Como yo trabajo con la Organización de los Planetas Unidos, no tenía por qué conocerlo, ¡fue chiripa! Pero, hace unos meses, me pidieron organizar un evento conjunto de la FDE y la OPU y allí fue donde nos conocimos por primera vez. No tardamos mucho en conocernos bien y muy pronto él conoció a mis papás y yo a los de él. Nuestros valores son los mismo a pesar de trabajar en organizaciones que parecen tan opuestas. ¡Los dos estamos allí por las mismas razones! ¡Estamos seguros de que Dios nos llevó a conocernos ese día! Sé que en muy poco tiempo me va a proponer el matrimonio. Y estoy totalmente lista para decir que sí. Juntos podremos hacer tanto por nuestro planeta, ¡juntos podremos honrar al Creador cuidando su creación! Creo que nunca he sido tan feliz.
La recámara quedó oscura de nuevo. Carla no podía creer lo que acababa de oír y ver. Era como una historia del futuro… pero, ¿cómo? Dio la vuelta a la página y el libro comenzó a brillar de nuevo. Pulsó otra vez el símbolo del proyector.
— La Capital de México a 23 de junio de 2854. ¡Lo hizo! ¡Me propuso matrimonio! ¡Y después de sólo unos meses de conocernos! ¡Pero soy la mujer más feliz de los planetas! Y Antoni el hombre más lindo. ¡Mira, estoy llorando de felicidad! Sé que Dios tiene grandes propósitos para nosotros. En la oficina no pueden creer que me vaya a casar con alguien de la FDE, ¡pero es la persona correcta! Mis papás están felices porque conocen sus principios y él ha sido muy respetuoso con ellos. Ahora, empieza el caos de planeación de ceremonia de unión. Claro, siempre he soñado con una ceremonia como las bodas antiguas, con todo y flores, vestido blanco y argollas de oro, pero… lo antiguo es caro. Antoni cree que sería mejor gastar esa moneda en preparación de un hogar y una vida juntos. Y estoy de acuerdo… entonces probablemente hagamos una ceremonia de unión ordinaria: decoraciones de cristal, un sarí con bordado azteca para mí, y para él su uniforme, el changshan azul marino, y argollas láser. Es la opción más práctica. Lo que no hemos hablado es en dónde vamos a vivir. Mi departamento es muy céntrico, pero pequeño. Él tiene un condominio más amplio pero tiene un diseño totalmente jupiteriano y no me gusta. Además, el trabajo de ambos queda más lejos… a ver qué hacemos… ¡Ah! Y entre tanta emoción se me olvidó también algo muy importante. En el trabajo me están ofreciendo otra posición. Hasta ahora mi título ha sido “Intermediaria Suplente de la OPU al Planeta Tierra” pero ahora el Intermediario oficial, mi jefe, está listo para jubilarse. Me dijo que se quiere mudar a Marte, porque ahí hay muchas buenas actividades. ¡Yo jamás me iría ahí! ¿Por qué no Saturno? ¡Me dicen que es mucho más bonito que Marte! O ya que uno se va a mudar, pues a Casiopea en Andrómeda, ¿no? ¡Que sea una verdadera aventura! Pero bueno… cada quién. Pues, obviamente, a mí me ofrecieron el trabajo de mi jefe y estoy ¡súper feliz! Aún no le he contado a Antoni, porque me lo acaban de ofrecer hoy. Tengo hasta la próxima semana para darles mi respuesta final, pero obvio ya les dije que sí. Ya no estaría limitada a organizar eventos sociales entre organizaciones, sino podría realmente hacer una diferencia en comités, juntas y reuniones de las naciones de la Tierra y otros planetas. ¡Qué privilegio! ¡Qué oportunidad tan grande!
— La Capital de México a 29 de junio de 2854. Tenía varios días sin ver a Antoni. Parece que ahorita lo invitaron a participar en un proyecto muy grande y me da gusto por él. Está emocionado, y me dijo que dentro de unas semanas estará un poco más libre y podrá ayudarme con los planes de la ceremonia de unión. Mientras tanto, estoy ya preparándome para tomar el lugar de Intermediaria General de la OPU al Planeta Tierra. Aún no les he dado mi respuesta oficial pero, bueno… hoy por la mañana Antoni me llamó y me preguntó si podía salir a desayunar con él. Cuando lo vi, en lugar de llevarme a un restaurant me llevó a una bodega aérea. ¡Fue lo más raro del mundo! Tuvimos que dejar identificación oficial en la puerta, pero él me dijo que perderme el desayuno y todo el trabajo de firmar a la entrada y que nos tomaran foto y todo valía la pena… ¡y qué sorpresa me llevé! ¡Lo que me mostró fue algo increíble! Resulta que en el planeta Tierra hace unos 38 años, ¡alguien inventó un transporte temporal! Digo siempre se han oido rumores, pero resulta que la FDE la compró junto con los derechos de uso y luego solicitó que se clasificaran como Secretos Planetarios para evitar que cayeran en manos de alguien más. Allí está el transporte, sólo que nadie lo puede usar. Y ningún otro planeta lo sabe. Aún aquí, sólo hay rumores. Resulta que la FDE hasta saca rumores falsos para que nadie se entere de lo que realmente hay. Creo que en teoría Antoni no debe habérmelo mostrado, pero todo lo hicimos según el procedimiento y obvio no lo voy a decir a nadie… ¡y menos en el trabajo! Antoni me dejó en la oficina y justo le iba a decir de mi oportunidad cuando le llamaron de urgencia. Así es la vida de un oficial de la FDE. Le tendré que decir el sábado. El sábado me dice que ya estará más libre aunque no habrá terminado el proyecto.
— La Capital de México a 1 de Julio de 2854. No sé qué hacer. Hoy salí a cenar con Antoni. Me contó cuál es su proyecto tan emocionante y que le ha quitado tanto tiempo últimamente. La FDE lo quiere enviar a su estación en Venus ¡y él quiere ir! ¡Quiere que vayamos! Me contó con tanta emoción todo lo que podría hacer para la protección de nuestro planeta allá, y supuso que en la OPU podría solicitar que me transfirieran a las oficinas de Venus. Supongo que sí, pero… ¡jamás lo consideraré! ¡No sé qué está pensando! ¿Cómo irnos de este planeta que tanto amamos? Aunque sea para protegerla… ¡no me voy a ir! Estoy enojada con Antoni. Y triste. Fue una conversación tan larga y complicada que ni tiempo me dio de darle mis noticias sobre el puesto nuevo que me están ofreciendo en la OPU. ¿Cómo lo voy a persuadir que se quede?
— La Capital de México a 3 de Julio de 2854. Antoni y yo tenemos tres días peleándonos. Por fin le conté sobre el puesto que me ofrecen. Él obvio, supuso que les diría que no. Pero… si he trabajado tanto para por fin tener una voz en los comités interplanetarios. Por fin tendré el poder para hacer más que organizar fiestas. ¡Por fin, tendré un verdadero efecto sobre el futuro del planeta! ¡Y él se quiere ir! No sé ni como piensa ayudar a proteger a la Tierra desde Venus!
Ay… bueno, es injusto decir eso. Sé que cada estación de la FDE tiene su razón de ser y si lo van a mandar para allá es por que hay algo que hacer ella. Pero… ¿cómo vamos a arreglar esto? Él se quiere ir. Yo me quiero quedar. Y esos valores compartidos en los que yo tanto confiaba son los que nos están llevando a dos planetas distintos. ¿Dónde está Dios en esto? ¿Por qué permitió que nos conociéramos si quiera? ¿Para qué si sólo nos iba a guiar en dos direcciones distintas?
— La Capital de México a 10 de Julio de 2854. Pues ya. Ya se fue. Y obvio yo no fui. Me siento totalmente vacía. Él se fue aún convencido de que lo correcto es estar en Venus. Y yo no puedo más que pensar que debo permanecer en Tierra. No sé qué voy a hacer. Ya me ascendieron de puesto oficialmente, tengo mi primera junta en un mes. Pero, no tengo motivación. Sé que yo quería ayudar a proteger la Tierra pero ahorita, no sé ni para qué. Quizás todos los demás que viven aquí deben hacer algo por ella. Si ellos tienen ganas de vivir que se pongan a protegerla Tierra, ¡por que yo no quiero!
¿Qué voy a hacer? ¿Seguir trabajando como si la persona más importante del planeta no se hubiera ido? ¿Voy a seguir diciendo “Buenos días” como si realmente fueran buenos?
¡Mira! Otra vez me está llamando mi mamá. No sé por qué. No tengo nada que hablar con ella ni con nadie. ¿De qué vamos a hablar? ¿De que no tengo ni quiero futuro? ¿De que lo que según yo Dios me mostró sobre su plan para mi vida fue una mentira? ¿Qué me va a decir?
Es cierto… no tengo ni quiero futuro. Quisiera vivir eternamente como había vivido hasta la semana pasada…
Jajaja… si sólo tuviera acceso a ese transporte temporal… jajaja.
Espera. ¿Por qué no? Usarlo es ilegal. ¿Y qué? ¿No acabo de decir que no tengo futuro? ¿Qué importa si me ven o me atrapan? En el mejor de los casos estaré viviendo mi vida de nuevo. Y en el peor… sigo sin futuro. ¿Y Dios? No sé… Dios no me ha contestado en estos días. ¿Dios qué me va a decir? Me voy. Hoy por la noche voy a entrar a la bodega aérea y me voy a regresar al año en que nací. ¿Qué voy a necesitar? ¿Qué me llevaré? Hmmm…sólo este diario. Me lo voy a meter a la ropa. Así jamás olvidaré este momento.
— La Capital de México a 10 de Julio de 2854. Ya estoy adentro. No me costó mucho meterme. Como es bodega aérea no hay mucha seguridad por las noches. Sólo un soldado y me metí cuando él se fue a checar el sonido de un cristal que se rompió atrás de la bodega. ¡De todos modos no me gustaban esos vasos que me regalaron en la oficina! Traje unas unidades de energía por si no estaba lleno el tanque del transporte temporal, primero las voy a insertar y luego no tendré mucho tiempo para poner la fecha después de arrancarla porque el ruido va a alertar al guardia… aquí vamos. ¡Auch! Está vieja esta máquina me pellizqué los dedos. Ok, ya están las unidades en su lugar. Y arranco… ¡pero qué ruido hace! ¡Ay no! ¡Ya me oyeron! ¿Dónde quedó el teclado de las fechas? 2 de Febrero de 2854. ¡Ya!
La pantalla del libro se volvió negra. Carla rápido la tocó de nuevo para seguir escuchando la historia de la mujer tan atrevida como para robarse una máquina del tiempo. Pero las siguientes páginas estaban en blanco. ¿Qué le habría pasado?
Pensativa, cerró el forro de piel, pero en lugar de guardar el libro en la caja, lo metió a su mochila. Tendría que pedirle permiso a su mamá para quedarse con él. En el cajón sólo quedaba una cobija de bebé, suave, blanca y con las iniciales de su abuela en una esquina, E. A. Justo en ese momento, entró su mamá en la habitación.
—¡Carla! Te estoy llamando desde hace 5 minutos.
—¡Perdón, mamá! No te oí.
—Pues, sólo para decirte que vamos a pedir pizza. Una de pepperoni y la otra ¿de qué la quieres?
Carla ya no estaba oyendo a su mamá. Estaba viendo su cabello. Ese cabello largo, lacio y negro.
—Mamá, ¿qué sabes de las máquinas del tiempo?
—Clara, te estoy preguntando sobre las pizzas. Ahorita hablamos de eso.
— De pepperoni. ¿Alguna vez has estado en una?
— ¿En una qué? Ya te dije que de pepperoni íbamos a pedir. ¿De qué pedimos la otra?
—Pues, de lo que sea menos Hawaiiana. En una máquina del tiempo.
—Ok, dame un segundo. —Su mamá desapareció por las escaleras mientras Carla doblaba la cobija. Cuando regresó, se sentó en la cama y miró a Carla a los ojos.
—Ya regresé. ¿Por qué tantas preguntas de la máquina del tiempo?
—Ah… no. No tienes los ojos iguales. Nomás el cabello. Ya nada.
—Aaaahhh… ¿te refieres a tu abuela? Siempre me han dicho que me parezco mucho a tu abuelo, pero heredé el cabello exacto de tu abuela.
Carla frunció la ceja, su idea no podía ser la correcta… ¿o sí? Puso la mano sobre la cobija en la caja.
—¿Y esta cobija era de mi abuela cuando era bebé? Veo que tiene sus iniciales.
—Sí. De hecho, tu abuela tiene un pasado un poco triste… como ya sabes, tu abuela no fue hija biológica de sus padres. Pero, nunca te había dicho que la encontraron abandonada afuera de un hospital. Pobrecita, en febrero hace un frío tremendo y lo único que llevaba era esta cobija.
Carla no pudo contenerse.
—¿En febrero de qué año? ¿No tenía otra cosa con ella? ¿Como un libro? ¿O una carta? ¿O algo?
—Que yo sepa no. Pero, nunca me quiso contar ella la historia. Su mamá me la contó a escondidas una vez. Sólo sé que la encontraron envuelta en esta cobija el 2 de febrero de 1927. Era una bebé de meses.
—Mamá, ¡qué historia tan interesante! ¿Por qué nunca me habían dicho?
—No sé. Yo siempre pensé que a tu abuela no le gustaba hablar de eso. Siempre cambiaba el tema cuando surgía, no se enojaba. De hecho, siempre sonreía antes de salir con otro tema de conversación. Fue una de esas cosas que nunca le pregunté.
Se quedaron en silencio. La mamá de Carla pensando en los recuerdos de su mamá y Carla mordiéndose la lengua para no soltar el secreto.
—Pues, voy a bajar. Vente dentro de unos 15 minutos para comer.—Su mamá salió del cuarto y Carla cerró la puerta tras ella. Sacó de nuevo el libro y lo volvió a abrir. Pulsó el botón de proyector para ver la cara de la joven mujer. ¿Su abuela? Tenía que buscar una foto de ella de joven. Abrió el closet y buscó en los cajones del tocador, pero no encontró ni una foto. Pensó que quizás encontraría álbumes de fotos en la sala, pero ¿cómo explicarle a su mamá para qué quería ver las fotos? Mientras pensaba en cómo decirle a su mamá, hojeaba las páginas del diario sin realmente verlas. Entonces, al llegar al final, la penúltima página cayó abierta. ¡Tenía letras escritas!
No satisfecha con sólo leer este diario maravilloso, buscó el símbolo del proyector al pie de la página y lo pulsó. Se volvió a alumbrar el techo de la recámara.
— La Ciudad de México a 12 de enero de 2019. Siento que debo terminar esta historia. Nunca he intentado grabar en este diario desde la última entrada porque no sabía si funcionaría… la tecnología ha cambiado tanto…
Pero bueno, la razón por la que estoy aquí hoy es un error mío. En las prisas de escaparme del guardia de la boda aérea…jajaja ¡qué raro se siente hablar de esas cosas después de tantos años de silencio! Pues, en las prisas pulsé mal la fecha. El transporte temporal me llevó a donde lo pedí y en la condición que yo quería. Por un error de dedo, llegué como bebé el 2 de febrero de 1927, en lugar del 2 de febrero de 2827. Para mí, en ese momento fue un error, pero con los años, he visto que Dios no comete errores. Él me trajo a un lugar y un tiempo en el que por un lado, ¡no tuve opción más que quedarme en este planeta! Jajajaja… Y por otro lado, esta época me ha enseñado cosas sobre la paciencia y la tolerancia que creo que jamás hubiera aprendido en mi época nativa.
Estoy tan agradecida con Dios porque me trajo a un tiempo en el que yo pude conocerle mejor. En este tiempo, tan distinto al mío, tuve una niñez increíble, una niñez imposible en el siglo XXIX. No pude obtener un trabajo como el que había tenido, pero el trabajo que Dios me dio en esta época fue de enfermera. Y en este trabajo también, Dios me trajo a un buen hombre. Mientras que el amor de mi primera vida fue Antoni, jamás hubiéramos podido envejecer juntos. Pero, Juan Adelardo García Fournier ha sido para mí el esposo de mis sueños. Juntos servimos a Dios, criamos una familia y envejecimos. No fueron tiempos fáciles. La vida en el siglo XXI, ¡es tan difícil como se rumora en los siglos siguientes! Pero, fueron tiempos en los que Dios se mostró bueno. Lo que yo hice, en un berrinche inmaduro como una joven desesperada, Dios lo usó para mi bien, y espero, también para el bien de Antoni. Estoy segura que él pudo servir a Dios mejor sin mí, en su puesto en Venus. Y sé que mi Juanito y yo pudimos servir mucho mejor a Dios donde y cuando Él nos puso.
Quería grabar una última entrada porque tengo 92 años, ya se fue mi Juanito y siento que se acerca el tiempo en el que iré ya también a estar con mi Señor. No sé si alguien encontrará este libro. No sé si pueda llegar a manos de mi familia en la Capital en el año 2854. Me gustaría que ellos supieran lo feliz que he sido y lo mucho que Dios me ha enseñado.
La pantalla se apagó y Carla cerró el libro por última vez. Estaba llorando. Eran lágrimas de felicidad al volver a ver a su abuela, al oír su voz pero también eran lágrimas de tristeza por la pérdida de una mujer tan increíble.
Fue así como su mamá la encontró.
—Carla, ¡te dije que… ah, ver ¿qué pasó, mija? ¿Por qué lloras? —Su mamá la abrazó y el libro cayó olvidado debajo de la cama.
— Ya cariño. Yo sé que es una pérdida muy grande. Todos estamos tristes porque se fue, pero la veremos algún día en el cielo. No lloramos sin esperanza. Ella te amaba tanto… ¿Sabes que a ella le encantaba cuidarte de bebé? Decía que tu curiosidad te haría una gran aventurera, que serías como un Antoni. Supongo que estaba confundida con Alejandro el Magno…
El piso del hotel tiene alfombra verde pino y como estoy cansada, me siento. Acomodo la canasta blanca llena de flores a mi lado. La señorita con tacones rojos y vestido plateado me ve y luego voltea con las dos que llevan vestidos verdes de gala igualitos. Parece que me va a decir algo pero se distrae cuando se oye música al otro lado de esas puertas grandes. Cierra los ojos un momento, luego sale corriendo hacia la banqueta, pero no sé porqué. No hay nadie.
Cuando regresa, sus chinos están todos despeinados. Como los míos. Toda la mañana estuve sentada en una silla grande junto a mi tía y las gemelas de verde en un lugar lleno de mujeres con uñas largas. Me hicieron chinos y luego se me despeinaron y me los volvieron a hacer. Eso pasó como tres veces. Me había cansado de estar sentada pero me dieron dulces y un peluche y estuve sentada otro rato más. Luego metieron mi cabeza debajo de una máquina que me echaba aire yestuve ahí mucho tiempo y cuando por fin salimos de ese lugar, me dijeron que no moviera la cabeza para que no se me despeinaran los chinos. A lo mejor esta señorita movió la cabeza demasiado afuera de la puerta.
Empieza a hablar en voz baja con las gemelas verdes, pero parece que está enojada.Las acomoda frente a las puertas. Suspira profundo y luego me mira.
—Ven.
Me levanto de mi lugar con cuidado para no pisar mi vestido de encaje y tomo la canasta con flores, antes de acercarme.
—¿Moviste mucho la cabeza? —Sonríe porque no me entiende.
—Mira ya casi es momento de que pases al auditorio. ¿Recuerdas lo que practicamos anoche?
Asiento con la cabeza. —Cuando abren las puertas van a pasar ellas dos, luego yo las voy a seguir. Todas tenemos que caminar lento. Y cuando llegue al frente, busco la moneda en el piso y me pongo allí, pero no me puedo sentar hasta que entre mi tía.
—¡Exacto! —Sus labios sonríen de nuevo pero sus ojos no. Me da un poco de miedo y miro a las de vestido verde. Ellas son mis amigas. Ellas me sonríen y veo las sonrisas en sus ojos. Les devuelvo la sonrisa y me pongo en mi lugar atrás de ellas. Todas volteamos hacia las puertas listas para caminar.
Justo al abrirse las puertas, la señorita me recuerda una última vez —Sonríe—.
Y al seguir a las gemelas verdes, me encuentro en un lugar muy grande pero no se ve tan grande como se veía anoche. Anoche era un espacio inmenso. Hoy está lleno de filas y filas de sillas con moños, listones y flores. Y mucha, mucha gente viéndome.
Doy mis primeros pasos hacia el frente. Procuro sonreír, pero sé que mi cara se ve como la de la señorita, con labios sonrientes y ojos serios. Miro hacia el frente. Allí están un viejito, mi tío y unos amigos de él. Él me mira y sé que está feliz. Me empiezo a sentir mejor ¡pero me doy cuenta que no estoy caminando lento! ¡Tengo que caminar lento! Y vuelvo a sonreír a la gente que me está mirando.
Por fin, llego al frente y busco la moneda. ¡Ése es mi lugar!
Volteo con mi tío otra vez. ¡Sigue muy feliz! Pero ya no me está viendo a mí. Está mirando hacia la puerta. La música que están tocando los de negro en una esquina se pone más lenta y más suave. Siento cosquillas en el estómago y suspiro profundo.
El viejito dice algo pero no le entiendo. Y todos se paran y voltean hacia atrás, hacia las puertas por donde entré yo con mis amigas de verde. ¡Ya no veo nada! La música sigue igual de suave y bonita pero aparte de eso hay un silencio intenso. Siento escalofríos en la espalda…¡todo está muy bonito! Luego se oye pasar un carro por la calle. Alcanzo a oír esos tacones rojos de la señorita que corre otra vez a la banqueta. Pienso en sus chinos, se van a despeinar más.
La música sigue pero la gente ya no está quieta. Algunos mueven los pies, otros voltean con mi tío, otros miran al suelo. Mi tío me mira, me cierra el ojo y le sonrío bonito. ¡Sé que va a estar contento porque ya viene mi tía y está muy bonita en ese vestido blanco y grandote! Luego, él mira hacia las puertas y yo también aunque me estorba la gente parada. Lo que sí puedo ver muy bien son sus rodillas y zapatos. Veo zapatos negros brillosos, tacones blancos y cafés, otros rojos también brillosos, veo unos azules con puntitos…
Me parece que los de negro en la esquina se emocionan porque comienzan a tocar la música más fuerte. Pero la gente ya no está poniendo atención. Están empezando a hablar entre sí. Una amiga de verde volteó a ver a su gemela. Mi tío ya no está sonriendo. ¡Y yo tampoco porque ya estoy cansada de estar parada!
No puedo sentarme hasta que entre mi tía… pero me duelen los pies. Levanto el pié para estar segura de que estoy en el lugar correcto y sí, allí está la moneda. Me siento en el escalón elegante. Acomodo el encaje de mi vestido y de mis calcetines. Mis zapatos son de los negros brillosos pero tienen perlitas blancas. ¡Son zapatos muy bonitos! Me doy cuenta de que estoy agachada ¡y no debo mover mi cabeza! Con cuidado me siento derechita para ya no mover la cabeza. No quiero despeinarme los chinos.
La música se acaba. Ya nadie está sonriendo, muchos están platicando entre sí y las gemelas verdes están mirando a mi tío… ¿están llorando? ¡Sí! Hay lágrimas en sus ojos. Mi tío suspira profundo. El viejito tiene una mano en su hombro. Veo a mi mamá sentada en la segunda fila, me está mirando y no se ve contenta.
¡Ay, no! ¡Todos se dieron cuenta de que me senté antes de que entrara mi tía! ¡Qué horror! Siento calor en mi cara y dolor en mi garganta. Me paro rapidísimo, pero sin mover la cabeza. Tengo un trabajo muy especial y no importa que esté cansada, no puedo sentarme hasta que entre mi tía.
Luego, se oye un carro que frena de repente. Corren de nuevo los tacones rojos de la señorita hacia la banqueta. ¡Sus chinos van a ser un desastre! Se azota una puerta, luego otra. Todos voltean hacia las puertas por las que entré. A lo mejor ya llegó mi tía. Yo no puedo ver nada entonces volteo con mi tío. Da dos pasos hacia la puerta y luego hace un sonido raro. —¡Ja! —Y de un brinco regresa a su lugar al frente. Los de negro comienzan a tocar música otra vez, música rápida y feliz. Todos empiezan a sonreír. ¡Mi mamá también! Y mi tío está llorando… no sé por qué.
Entre la gente, alcanzo a ver a mi tía que camina lento hacia mi tío. Tiene un velo blanco y ligero que cubre todos sus chinos amontonados. ¡Ella supo no mover la cabeza! Tiene en sus manos unas flores como las de mi canasta ¡pero son muchísimas! Y la sonrisa de ella sí está en sus ojos. Cuando llega al frente y toma la mano de mi tío, yo suspiro pero creo que muchos más suspiraron al mismo tiempo porque se escuchó muy fuerte.
Créeme, viajar en avión no es como era antes. Uy, joven, si te contara… ¿ves ahorita como tú y yo tenemos que compartir un descansabrazos? Ay, pues, en mis tiempos, no sólo tenía cada quién dos descansabrazos sino teníamos espacio… espacio para estirar las piernas, espacio para poner la bolsa de mano o el maletín entre los asientos… Viajar ya no es como antes.
¿No me crees? ¡En esos tiempos, viajar era un placer! Llegábamos al aeropuerto y nos trataban como verdaderos clientes. Nos ofrecían té y café antes de abordar, una vez a bordo nos ofrecían varios periódicos y revistas, además de más té y café. Recuerdo, una vez que viajé a Chicago con Ignacio, en paz descanse, y justo al sentarnos una señorita se acercó y le dijo que le gustaba su corbata. Pues, me puse muy celosa, es que Ignacio era mi esposo y ¡qué atrevida la señorita! Aparte, muy bien vestida también. Es que así era en los aviones antes. Era una salida, íbamos de vestido, de corbata… bien arreglados. No como hoy… ¡ve nomás a esa muchachita! ¿Lleva pijama? ¿O es un pans? Y luego ese chongo que parece que ni se cepilló el cabello…
Pero, así es… la vida cambia y los jóvenes… los jóvenes ya no son como antes. Tú te ves bien y respetuoso pero, hace ratito estaba haciendo fila en una tienda para comprar este café, que no es tan rico como el que hago en casa, ¿eh? Ése sí es café. Café de olla… con un poco de canela y piloncillo… uy, riquísimo.
Pero, bueno, es lo que único que tenían en la tienda… pero, en la fila, un joven se formó detrás de mí y cuando di la vuelta para saludarlo, ¡casi choco con su mochilota! Me estaba dando la espalda porque se estaba tomando una… ¿cómo les llaman a esas fotos que uno se toma sólo? ¿Cómo?¿Sel… qué? Ei, una selfie. ¡Pues, qué mala educación, casi tumbarme por andar tomando fotos en su celular…! Pues, cuando lo saludé y se volteó, vi que llevaba una playera muy grande, le quedaba mal, y un pans muy corto… ¡le llegaba apenas debajo de la rodilla! Se veía tan mal… ¡ni supe cómo reaccionar! Además, ni me respondió de manera cordial, fue muy cortante.
No, joven, como usted ya no son muchos… así de corbata, con zapato boleado y muy dispuesto a saludar y conversar…¿qué pasó? ¿Necesita irse? Ah, se tiene que cambiar de lugar, ¡qué lástima! ¡Y justo cuando nos estábamos conociendo! ¿No hay forma de que se queda aquí para seguir platicando? Bueno… pues espero que tenga buen viaje y quizás nos topemos en el aeropuerto al llegar. A ver si ellos tienen mejor café… Ah, lleva prisa. Bueno, entonces, será en otra ocasión… sí, bueno…
Sus lágrimas caían sobre los pétalos de las margaritas. Temblaban el aire con sus profundos sollozos.
–¡Yo quería un bello vestido! –La chica sentada entre las flores del bosque dirigió sus palabras a una catarina que se detuvo en el pétalo más cercano para mostrarle un poco de compasión. –El vestido con el que he soñado, está tan fuera de mi alcance como si no existiera. –La catarina movió sus alitas como si la comprendiera, y ella continuó. –Mi novio y yo no tenemos nada, pero nos queremos más quecualquier otra pareja en la historia del mundo. –Sus lamentos habían despertado a un búho que dormía en un árbol cercano y ahora el ave sabio escondió una sonrisa al escuchar la dramática declaración y señaló a unas ardillas que pusieran atención a lo que estaba diciendo. –Yo me quería ver como una princesa para él, pero cuando fui al centro, el vestido que yo quería era tan, pero tan caro… nunca lo podré pagar. Mucho menos para mañana. –Irrumpió en llanto de nuevo y espantó a unas arañas que estaban colgando cerca de su cabeza para oírla. No se había dado cuenta pero muchos animalitos en el bosque sentían compasión por ella.
Al anochecer, después de haber acompañado a la novia a casa, el búho organizó una reunión de emergencia. ¡Había mucho que hacer! Naturalmente, una de las primeras decisiones que se tomó fue que las arañas se encargarían de hacerle un velo delicado y elegante. Unos gorriones se ofrecieron para ir a traer a la triste novia al parque en la mañana. Habiéndose decidido eso, se retiraron para dormir, ya que necesitarían levantarse temprano.
¿Qué hacer de los zapatos? Las ardillas podían traer materiales para hacerlos, ya sabían dónde encontrar paja blanca. Unos cuervos de una vez habían traído algunos objetos brillantes para proponerlos como decoraciones para los zapatos y posiblemente el vestido. La novia tenía el cabello corto, entonces no había gran problema allí, sólo había que traer algo para ayudar a sujetar el velo que tejerían las arañas.
Ahora, la cuestión del vestido en sí. El búho quería saber quién tenía ideas sobre cómo hacerlo y algunos mapaches levantaron sus manos con sus deditos hábiles. Ellos se encargarían de formar el vestido, pero no tenían material. Las arañas sabían que no podían comprometerse a más que el velo, ¡además de que sus obras de arte tienden a ser transparentes! Algunas de las chicharras se estresaron al pensar en que no había material para el vestido y empezaron a gritar. La catarina que había sido la primera en darse cuenta del problema de la novia, pronto las tranquilizó, porque recordó que su amiga colibrí había mencionado algo no muy lejos que podría ser de ayuda.
Un grupo de colibríes, entre otros pajaritos, iba con frecuencia un lugar en el que pocos podían entrar. Su amiguita colibrí había visitado ese lugar y había conocido a unos gusanos de seda. ¡Quizás ellos podrían proveer el material para el vestido! El búho rápidamente asignó la tarea de ir a unas palomas y envió a dos pájaros carpinteros como guardaespaldas y para mantenerlas orientadas. Habríaque llevarles algo de comer a los gusanos ya que era mucho lo que les estaban pidiendo. Las hormigas tenían una gran colección de hojas que podían donar, pero los gusanos le habían comentado a la colibrí que no podían comer cualquier cosa. Sólo comían hojas de morera. Y las hormigas muy amablemente se ofrecieron a traer todas las hojas de morera que fueran necesarias, sólo que no sabían dónde había. Esto lo solucionó la amiga colibrí porque había visto que se cultivaba la morera blanca cerca del mismo edificio en el que estaban los gusanos, sólo era cuestión de transportar las hojas unos cuantos metros. Los pájaros carpintero tendrían que también ser el transporte del ejército de hormigas, además de cuidar de las palomas. Esto se podría hacer si las hormigas prometían no morderlas, lo cual hicieron y el problema del vestido quedó solucionado.
Todos pasaron una noche de trabajo frenético, las hormigas cargando hojas, los gusanos produciendo seda, los mapaches creando el vestido, las arañas tejiendo el velo, las ardillas formando zapatos y, en la madrugada, los cuervos agregando pequeñas brillantes piedras y perlas de aluminio a los zapatos y al cuello del vestido.
Justo antes de que saliera el sol, los gorriones llegaron a la ventana de la novia. Tocaron el cristal con sus picos, pero no hubo respuesta. Tocaron con más urgencia, pero sólo hubo silencio. Desesperadamente uno comenzó a cantar, mientras el otro picoteaba el cristal con tanta fuerza que casi lo rompió. Por fin, escucharon movimientos dentro. Una mano con un sencillo anillo de oro blanco con gemas brillantes movió la cortina y apareció la cara pálida de la novia.
Sonrió al verlos. –¡Llegaron para despertarme el día de mi boda! ¡Qué lindos! No me voy a perder la ceremonia, claro que no. Aún hay bastante tiempo.–
Pero, los gorriones no la dejaron en paz. Uno volaba de la ventana hasta la calle y de regreso. El otro sólo la miraba atentamente. –Está bien, puedo salir unos minutos con ustedes. De todos modos no hay mucho qué preparar. –Agregó estas últimas palabras con un triste suspiro antes de dejar caer la cortina en su lugar.
Minutos después, la novia estaba siguiendo a los gorriones, aunque no entendía sus instrucciones. La guiaron a un espacio entre dos de los árboles más viejos del bosque, un pino y un roble. Y allí, la novia se detuvo sin palabras ni aliento.
En una cama de hojas entre los árboles, estaba extendido un vestido blanco, suave como la luz de la luna, con un cuello barco, del cual caían como espolvoreadas perlas plateadas. De una rama del roble, colgaba el velo más delicado que jamás había visto, con tejido cerrado en medio que se iba abriendo poco a poco hacia la cola que sólo se extendía unos centímetros más que la del vestido. Y al otro lado, entre las raíces expuestas del pino, se encontraban unos zapatos de piso tejidos de paja blanca casi invisible bajo las brillantes decoraciones: perlas plateadas intercaladas entre piedritas brillantes.
Comenzaron a correr de nuevo las lágrimas de la novia. Su sonrisa destellaba de felicidad y agradecimiento. Aún no tenía palabras.
Y fue en este momento de silencio y aprecio, que entraron en pánico las chicharras y comenzaron a gritar. El búho giró su cabeza para mirarlas con una rapidez y violencia que las espantó. Aún así, gritaron que no había ramo. ¡No había ramo! Los animalitos voltearon a ver a la novia que parecía ni haber notado la falta del ramo. Con sus dedos estaba trazando las delicadas figuras en el velo.
Las ardillas corrieron hacia las margaritas que habían sentido las lágrimas el día anterior. En cuestión de segundos, las ardillas habían logrado cortar un pequeño manojo de margaritas, un poco de lavanda y tres ramitas de pino para completar el ramo. Antes de que las chicharras pudieran gritar otra vez porque no había nadie para arreglar las flores, llegó uno de los mapaches para hacerlo.
Cuando terminaron con el ramo y regresaron a los viejos árboles, ellos fueron los que se quedaron sin aliento.
De pie, entre los dos árboles ancianos del bosque, estaba una figura de inocencia y felicidad, alumbrada por la suave luz del sol que se filtraba entre las ramas. El vestido de seda caía como agua al suelo y cuando la novia se movía, fluía como aire. El velo, fijado en su lugar con una corona de cinco cardos blancos, flotaba tras ella gracias a una brisa. Sus zapatos, que se asomaban bajo el vestido, parecían danzar en la luz. Pero, lo que realmente los dejó boquiabiertos, lo que resaltaba de belleza y brillantez, fueron los ojos de la novia, llenos de amor, gozo y gratitud.
Esta vez, el silencio reverente no se interrumpió. El mapache se acercó con reverencia a la novia y le ofreció el ramo. La novia lo recibió con una sonrisa de agradecimiento y él, sintiéndose el más honrado de todos, dio unos pasos hacia atrás para permitir que la novia pasara.
Era el momento de irse. La novia caminó hacia la orilla del bosque, pero antes de dar ese último paso fuera de las sombras acogedoras del bosque, se dio la vuelta y les sopló un beso.
Luego, con pasos ligeros, fue a encontrarse con el amor de su vida.