
—¿No te encantan las puertas?
César me miró como si no entendiera mis palabras.
—Es que cada puerta es una visión, una posibilidad… lleva a algo diferente.
—Nunca había pensado en lo que una puerta pudiera simbolizar. Pero, no, la verdad no me gustan las puertas. No creo que puedan ser algo que te puedan gustar. Simplemente son. Como una pared o una ventana.
—¿Y no sientes nada sobre paredes y ventanas? —Me reí. —¡Yo sí! Mira, una ventana es algo maravilloso. Da alas a tu imaginación porque te permite ver al menos una parte de un lugar diferente al lugar en el que estás. Te permite ver otra perspectiva e imaginarte lo que sería estar o vivir en ese otro lugar. Hay ventanas pequeñas que solo permiten un vistazo. Hay ventanas con vidrio estampado que solo permiten una vaga idea de lo que hay del otro lado. Hay ventanas inmensas que prácticamente te ruegan que te eches un clavado en la otra realidad. Hay ventanas abiertas por las que entran brisas del mar y ventanas cerradas con protecciones que insinúan los peligros del mundo afuera. Las ventanas son maravillosas. Pero, aun así, no siento la pasión por las ventanas que siento por las puertas. —Los ojos de César ya estaban medio cerrados. Estaba aburrido.
—Olvidaste darme tu opinión sobre paredes.
—Puedo ver que no te interesa. Además, no es tanto mi opinión como… lo que siento. Una opinión es un poco más fría. —Me volteó los ojos.
—Ya hasta opinión sobre las opiniones tienes. —Me sentí herida. ¿Por qué había intentado explicarle lo que significaban las puertas para mí? Miré hacia abajo, hacia mis tenis rojos que hacían contraste con el concreto gris.
Pero, como siempre, no pude resistir la fascinación de la puerta y comencé a mirarla otra vez. ¡Es que era bellísima! Era un arco, de cantera grabada con figuras de flores que con los años habían comenzado a desvanecer. La madera de la puerta en sí también había comenzado a deteriorarse. En algún momento habían pintado la madera de azul, pero la lluvia y el sol habían dejado solo rastros del color sobre las tablas ahora grisáceas. La chapa era una obra de arte de hierro forjado. Encantadora, ¡toda una escultura!
Y entre las tablas rotas de la puerta, se veía una casa antigua en ruinas. Las paredes se estaban cayendo y plantas habían traspasado el piso para crecer en los pasillos. No se alcanzaba a ver mucho más… los rayos de sol que lograban penetraban los cuartos a través de un techo descuidado. El nido de una golondrina en la esquina del patio. Y las sombras de una vida feliz y trágica, activa y tranquila, única y ordinaria que allí habían experimentado las generaciones de antaño. Había todo un mundo detrás de esa puerta.
¡Cómo me encantan las puertas!