Hace mucho compartí esta entrada en el blog que tenía en inglés. Espero hoy también te inspire a vivir la vida del creyente misionero.
¿Alguna vez has leído Hechos 13:36?
Seguramente sí. Estoy que segura que yo también lo había leído muchas veces antes de leerlo el martes, pero nunca había notado lo que decía el versículo acerca del rey David.
Resulta que David tenía una misión especial, una misión que yo creo que Dios también te ha dado a ti.
Porque a la verdad David, habiendo servido a su propia generación según la voluntad de Dios, durmió, y fue reunido con sus padres…
¿Ya viste? El rey David sirvió a su propia generación.
Yo leí el versículo justo después de pedirle a Dios sobre un proyecto específico que estaba meditando. Este versículo fue mi respuesta a la pregunta, “¿Qué debo hacer?”
Sirve a tu generación.
Los abuelos de mis amigos quizás no crean tener mucho que aprender de alguien tan joven, pero mis amigos sí me están observando. Quizás mis compañeros no quieran escuchar a mis papás compartir un versículo de la Biblia, pero me conocen a mí y conocen a mi testimonio.
Yo puedo compartir las verdades del evangelio con mis conocidos, de una manera que nadie más puede.
Como ya sabrás, algo que me es muy importante es demostrar que los misioneros son cristianos comunes y corrientes. Sí, hacen sacrificios que otros quizás no hacen. Viajan más. Asisten a más reuniones. Toman más responsabilidad en la iglesia local. Pero, no hacen todo esto porque son supercristianos. Lo hacen porque eran creyentes normales y Dios les llamó a hacerlo. Y hoy voy a hablar de tres cosas más que sacrifican cuando aceptan el llamado de ser obreros para el Señor a tiempo completo.
El trabajo del misionero se trata de sembrar. El misionero pasa años invirtiendo. El misionero esparce la semilla de la Palabra de Dios en donde pueda. Pero, ve muy poco fruto. Si fuera un negocio, la misión se iría a la quiebra sin jamás rendir ni un centavo. Porque los que el misionero ve ser salvos, los que el misionero ve crecer en su vida con el Señor y los que ve llegar a la madurez para enseñar a la siguiente generación son muy pocos en comparación con la cantidad de semilla que se plantó. En esta vida, el misionero se la pasa sembrando y regando. Ve un poco del crecimiento que da Dios. Y con eso tiene que conformarse.
Pero, ¿sabes qué? Esto es porque las cuentas no se hacen aquí. La cosecha espiritual no se puede obtener aquí en vida. Un día, en la presencia del Señor, el misionero verá todo el fruto de sus esfuerzos, se quedará atónito al ver todo lo que el Señor ha hecho con sus pobres labores y adorará cuando vea lo mucho que el Señor ha cosechado de esas siembras.
Cuando uno inicia un proyecto con entusiasmo, es perseverante a través de los retos y termina habiendo hecho su mejor esfuerzo, ¡hay una satisfacción interna que se disfruta mucho! Y es una satisfacción que el misionero no conoce. La obra del misionero es con personas. Y las personas no son proyectos. El misionero predica el evangelio y alguien se salva, ¡y su trabajo a penas comienza! Entonces, el misionero empieza a invertir, enseñar, formar y, a veces, corregir a los nuevos creyentes. Ellos progresan, crecen, maduran, ¡pero nunca se puede decir, “Ya quedaron”! La obra del Señor en ellos no terminará hasta que lleguen a su presencia.
Pero, ¡el día que lleguen! Así como Cristo verá el fruto de la aflicción de su alma y quedará satisfecho, creo que dará la satisfacción también a sus siervos de tiempo completo. Ellos verán todo lo que se logró a través de su interminable trabajo en vida y, al fin, podrán sentir esa satisfacción de un trabajo bien hecho y adorarán al Señor con un nuevo aprecio por lo que hizo durante todo ese tiempo.
Dios creó al ser humano con la necesidad de un propósito o visión y la necesidad de ver un resultado de su trabajo o esfuerzo por esa visión lo que lleva a la satisfacción de haber terminado bien un proyecto o de haber cumplido un propósito. Todo esto es parte de tener buen autoestima. El misionero tiene una visión, un gran propósito por el cual trabaja. Pero, como ya notamos, no ve muchos resultados (en relación a su inversión), ni termina su trabajo nunca (al menos, antes de llegar al cielo). Esta falta naturalmente lo llevará a cuestionar el valor de su trabajo, su valor como misionero y su valor como creyente con frecuencia. Se preguntará si realmente está haciendo algo para el Señor.
Además, el misionero será malinterpretado y malentendido de parte de los que lo enviaron como misionero y de parte de la gente con la cual trabaja. Es una parte de su vida. Las personas que lo enviaron como misionero no conocen su actividad día a día y mucho de lo que hace o dice se puede malinterpretar ya que ellos lo ven desde otro contexto, personal y cultural, generalmente. Las personas entre las que trabaja pueden malentender todo desde sus intentos de comunicarse (si viene de una cultura bastante diferente o habla otro idioma), hasta cómo funciona su estilo de vida (la lejanía de sus familiares, las ofrendas que lo mantienen económicamente o sus hábitos cristianos cruzados con culturales). La vida misionera parece estar diseñada para aislar al misionero de lo que se necesita para tener buen autoestima: los resultados de su trabajo, la satisfacción al terminar un proyecto y la comprensión de sus conocidos.
Por otro lado, el Señor cuida de los suyos. Y mientras aquí puede ser difícil encontrar plenitud en una Persona intangible, Él siempre está para consolar. Y algún día, el misionero mirará a los ojos del buen Pastor, del misionero que se fue más lejos, del que llegó a un lugar totalmente ajeno para traer la salvación, y allí encontrará comprensión, encontrará todo lo que necesita para suplir sus necesidades emocionales.
La vida misionera es un reto totalmente diferente, pero quizás no más difícil que los retos de otros llamados. Un misionero rara la vez encontrará una de estas tres cosas en su servicio a tiempo completo y aunque el misionero nuevo esté consciente de que la vida misionera es una vida difícil, quizás no esté enterado de que también sacrificará estas tres cosas.
Pero, fiel es el que nos llamó. Él se encarga de suplir todo lo que nos falta.
¡Ser misionero es maravilloso! ¡Qué increíble servir a Dios a tiempo completo! ¡Ellos son verdaderos héroes!
Lo que se dice acerca de la vida misionera muchas veces, además de incorrecto, nos hace a todos creer que lo mejor que podemos hacer con nuestra vida es ser misionero. Pero, en primer lugar, si el Señor no nos ha llamado a ser misioneros, ¡serlo es lo peor que podríamos hacer! Y en segundo lugar, antes de responder al llamado del Señor, hay que examinar nuestros motivos porque hay muchos que llenan nuestros corazones y sólo llevan a la decepción, la tragedia y el fracaso. Hay muchas razones para ser misionero pero la mayoría no son válidas. Hoy vamos a ver 9 razones malas para ser misionero.
Porque me gusta conocer otras culturas. Algunas personas son buenísimas para aprender nuevos idiomas. A otros les encanta viajar. No por eso deben ser misioneros. Un talento natural no es un llamado a una esfera específica de servicio, aunque puede ser un indicador usado por Dios. Predicar el evangelio en una cultura totalmente ajena a la tuya es una de las cosas más difíciles de hacer. (De hecho, se han escrito libros sobre el tema.)
Para ser un gran siervo. A veces puede parecer que los misioneros son las celebridades del mundo cristiano. Pero, la verdad es que los incrédulos entre los que trabajan no tienen por qué respetarlos ni por qué reconocer el sacrificio que han hecho para llevarles el evangelio. Después de salvas, algunas personas agradecen su esfuerzo, pero el misionero puede obrar durante años en un lugar en el que prefieren correrlo porque no quieren cambiar sus creencias religiosas. Un misionero rápido se da cuenta de que muy pocos lo consideran “un gran siervo”.
Para ser mejor cristiano. El campo misionero te hará un mejor creyente, pero no será fácil. En la obra del Señor cada falla personal, cada falta de rasgo de carácter queda amplificado y se examina no sólo por los incrédulos que te rodean, sino también por los creyentes que te enviaron.
Porque quiero más tiempo para estudiar la Biblia. Es difícil explicar cómo el servicio al Señor a tiempo completo disminuye tanto el tiempo de estudio, pero así es. El misionero es consejero, amigo, guía, anfitrión, conserje y proveedor de transporte, además de expositor del evangelio y enseñanzas bíblicas. Si se requiere de disciplina para estudiar la Biblia mientras uno tiene un trabajo “secular”, siendo misionero se requiere de poquita más.
Porque perdí el trabajo. Hay gente que toma esta oportunidad para dedicarse a tiempo completo a predicar el evangelio, pero es un error. Las circunstancias no pueden ser nuestra única guía en la vida. Y si parece que ser misionero es una forma buena, o sencilla, o eficaz de ganarse el pan, simplemente con acercarnos a cualquier misionero que conozcamos para preguntarle sobre su estado financiero nos basta para un desengaño total e inmediato.
Porque me gusta predicar. No es malo predicar. Pero un gusto por pararme ante un público y explicar la Palabra, no es un llamado. Ser misionero no se trata de predicar. La mayoría del trabajo de los misioneros se hace en tres lugares: al rededor de una mesa, de rodillas en un cuarto y detrás del volante en carretera.
Para dejar atrás mis problemas interpersonales. Aquí hay un secreto que no lo debe ser: mis problemas interpersonales son mis problemas, aquí y en China. Si me voy de misionero sin resolver mis problemas con los hermanos de mi hogar, en el campo misionero surgirán los mismos con otros hermanos.
Porque quiero ser como mi héroe. ¡Qué bueno es tener héroes! Pero, Dios sólo creó una Elisabeth Elliot y un David Livingstone. No necesita más. Dios quiere usarme a mí y formarme a Su imagen, no a la imagen de Guillermo Williams. Quizás Dios me llame a hacer algo similar a lo que hizo mi héroe. Pero, quizás no. Y una forma segura de fracasar en la obra misionera como en la vida es procurar ser alguien más.
Para salvar almas. Este motivo es uno de los más comunes y más aceptados. ¿Qué tiene de malo salvar almas? Pues, me temo que la mayoría de los misioneros salen a la obra creyendo que esto es su trabajo principal. Pero, esa idea no sólo es incorrecta, ¡es anti bíblica! Y además, es un camino directo a la depresión. El misionero que predica para salvar almas se va a desanimar cuando la gente no acepta el mensaje, se va a enojar cuando el creyente nuevo decide abandonar el Camino de la vida cristiana y se va a enorgullecer cuando alguien no sólo acepta el evangelio sino crece en el Señor. Nada de eso glorifica a Dios.
Esto, ahora, nos lleva al verdadero y único motivo que debe regir nuestra decisión de salir al campo misionero y dedicarme a esa obra a tiempo completo: la gloria de Dios. De hecho, debe ser nuestro único motivo al desear la labor de pastor, al establecer una escuela cristiana o al buscar ser maestra de la escuela dominical. También, debe ser nuestra única razón de comenzar la carrera de medicina, tomar un diplomado en mecánica o dedicarnos de lleno al hogar.
¿Ves aquí un patrón de vida?
El propósito, sin importar qué hacemos es darle gloria a Dios.
Sí, podemos darle gloria a Dios como misioneros. Y podemos darle gloria a Dios en cualquier otra esfera de servicio a la que Él nos ha llamado.
Ése es y siempre tiene que ser nuestro motivo principal.
La compañera que expresó esa pregunta sólo dijo lo que todos estaban pensando. Yo les había dicho que en la celebración de nuestra graduación, no quería que hubiera bebidas alcohólicas. Y como ya habíamos tocado el tema, me preguntaron también por qué yo no tomaba.
—Porque cuando tomas es fácil emborracharte. Y cuando sucede eso, quedas bajo el control del alcohol en tu cuerpo y la Biblia dice que nada debe controlarme más que el Espíritu Santo. Como cristiana, quiero obedecer eso y no permitir que nada me controle, ni el alcohol, ni las drogas, ni la comida, ni la ansiedad…
Pero no me dejó terminar.
—¿La ansiedad? ¿O sea, que cuando te estresas por los exámenes y las tareas y eso…?
Mi compañera sonrió. Me había atrapado. Me estaba acusando de precisamente lo que yo acababa de condenar.
—Sí, es cierto. Cuando yo me estreso es pecado, porque en ese momento me está controlando la ansiedad, no el Espíritu Santo.
No hubo más respuesta que el silencio. Creo que mis compañeros no se habían esperado esa confesión tan franca. Pero no podía mentir.
Cuando me controla la ansiedad, es pecado.
Cuando me controla el deseo de comer, es pecado.
Cuando me controla cualquier cosa que no sea el Espíritu Santo, es pecado.
Pero, Dios es bueno. No sólo es fiel y justo para perdonar mi pecado cuando lo confieso, sino usa mis debilidades para Su gloria, para mostrar Su poder.
No se sirvió alcohol en nuestra graduación, pero es obvio que sucedió algo más importante.
Aprendí que un poco de humildad en cuanto a mi vida cristiana, puede tener más impacto sobre mi testimonio ante el mundo que toda una vida aparentemente perfecta.
Claro, esto no quiere decir que debemos seguir pecando para poder tener un testimonio “relevante.” ¡Para nada! Romanos 6 nos habla claramente de los problemas que trae esa mentalidad.
Pero, no tengo por qué aparentar ser mejor persona de lo que soy: Cristo rescató a una pecadora. Esa pecadora sigue pecando, pero con la ayuda del Señor, tendrá cada vez más fuerza para resistir la tentación. Y se vale que todos observen esta lenta transformación. De hecho, es bueno que la observen.
Porque Cristo no vino a llamar a justos, sino a pecadores al arrepentimiento.
Y si los pecadores ven que yo soy pecadora, que la diferencia en mí es que yo respondí al llamado de Cristo, ellos sabrán que Cristo también les llama a ellos y espera que ellos también respondan.
Para compartir el evangelio necesitas 3 cosas y son las siguientes.
1. El deseo.
Es inusual que el creyente no tenga el deseo de compartir el evangelio. Puede ser por diferentes motivos, pero el deseo allí está. Quizás un creyente tenga el deseo porque ama a la persona y no quiere que vaya al infierno. Otro quizás porque sabe que es mandato de Dios y debe obedecer. Si no tienes el deseo de compartir el evangelio, pídelo al Señor porque Él quiere ayudarte a hacer su voluntad, pero si sigues este blog ¡es probable que el deseo no es lo que te hace falta!
2. Un conocimiento básico del evangelio.
Si eres salvo, ¡ya lo tienes! Has oído y aceptado las verdades básicas:
Soy un pecador y eso me separa de Dios.
Dios me ama y no quiere esa separación. Por eso, se sacrificó a sí mismo en la cruz para quitar ese pecado con lo único que puede limpiarme: sangre inocente.
Es mi responsabilidad recibir ese perdón que me ofrece de manera personal.
3. Alguien con quién compartir.
Esto puede ser lo más difícil para alguien que a penas comienza. Pero, no tanto porque no hay con quien compartir, sino porque ¡el compartir puede dar un poco de temor! Pero, si ya tienes a alguien en mente, piensa en la motivación que hay detrás de tu deseo y verás que es más grande esa razón que tu temor. Y si no sabes con quién compartir, de nuevo, ora. El Señor te ha dado una combinación especial de talento, personalidad y circunstancias que te hacen la persona ideal para compartir el evangelio con los que Dios ha puesto en tu vida.
Espero que esta entrada no sólo te haya ayudado, sino también que te haya inspirado a salir y compartir el evangelio, porque esas tres cosas que se necesitan para compartir el evangelio, ¡ya las tienes!