Y dije: No me acordaré más de él, ni hablaré más en su nombre; no obstante, había en mi corazón como un fuego ardiente metido en mis huesos; traté de sufrirlo, y no pude. Jeremías 20:9
¡Me encanta este versículo!
Realmente habla de unas cosas muy tristes, pero me encanta como este profeta quiso dejar de hablar de Dios pero las palabras eran como fuego en sus huesos. Me hace preguntarme si yo siento lo mismo.
¿Tengo un fuego en mis huesos para hablar De Dios? Cuando procuro no hablar de Él, ¿puedo o me brotan las palabras de la boca imparables?
Este profeta no quería hablar, pero no pudo detenerse.
Yo sé que debería, pero me temo que es muy fácil detener las palabras en mi boca.
¡Qué el Señor nos dé a todos fuego en los huesos para compartir Su Palabra y el mensaje del evangelio!
Dios dio funciones distintas a los hombres y a las mujeres en las iglesias locales. Pero, creo que también en lugares que a penas son misiones, las mujeres tienen mucho que contribuir que los hombres no pueden. Hay muchas razones por las cuales es importante que las mujeres participen y apoyen en obras misioneras. Aquí, sólo presento cinco:
Las mujeres se cubren la cabeza según 1 Corintios 11 para mostrar la sujeción de la congregación a Cristo
Las mujeres demuestran al mundo lo que es la femineidad como Dios la diseñó
Las mujeres brindan un equilibrio a la congregación con la sabiduría, gracia y ánimo que dan a los demás
Las mujeres pueden conversar con mujeres y jovencitas no creyentes, y en especial, escucharlas, en conversaciones privadas
Las mujeres pueden ganarse a los niños pequeños en clases bíblicas de una manera especial.
Ser maestro de la escuela dominical puede ser muy divertido.
Es una obra que requiere de mucha energía, ¡pero que vale la pena! También es la forma en que muchos comienzan a servir en la iglesia local. Y es excelente porque ¡no hay mucha presión cuando interactuamos conniños!
Pero, siempre es bueno reflexionar sobre lo que realmente estamos haciendo en la clase de escuela bíblica.
¿Estamos allí para entretener a los niños un rato? ¿Para enseñarles a amar y servir a Dios? ¿Para enseñarles el evangelio? Lo que hacemos en la clase tiene un propósito, estemos conscientes de ello o no. Todas las actividades, tienen una meta. ¿Cuál es?
Hay clases en donde el propósito es cuidar y entretener a los niños de manera sana.
Lo que se hace en estas clases más que nada es contarles historias de la Biblia con ilustraciones divertidas. ¡La Biblia está llena de aventuras, de personajes interesantes y de sucesos chistosos! Una clase así, hace que los niños estén bastante familiarizados con todas esas historias de la Biblia. Y se divierten mientras aprenden.
Otras clases tienen el claro propósito de enseñarles a los niños cómo debe vivir.
Sí, se usan historias de la Biblia, pero siempre tienen una moraleja. Las ilustraciones se usan con cuidado para enfatizar la lección, ya sea obedecer a los papás, amar a Dios o seguir las reglas. Los niños salen de este tipo de clase sabiendo qué es lo que deben hacer y qué, no. ¡Claro, no por eso no lo disfrutan! Un buen maestro sabe usar premios e ilustraciones como apoyo para que los niños aprendan bien esas lecciones de vida.
Finalmente, hay clases que tienen un propósito distinto.
Este propósito, fácilmente se confunde con el propósito del párrafo anterior. ¡De hecho, supongo que la mayoría de los maestros de la escuela bíblica piensan que éste es su propósito, también!
El propósito de este tipo de clase es enseñar el evangelio.
La maestra de esta clase va a usar ilustraciones, premios y juegos. Los niños sí se van a divertir, pero ese no es el propósito y los niños sí van a aprender lo que es bueno y lo que es malo, pero eso será un efecto secundario. El propósito es que oigan el evangelio. Se cuentan historias de la Biblia, se ríen de lo chistoso, disfrutan de las aventuras y aprenden algo importante. Pero, las moralejas en este tipo de clase no son “obedece a tus papás” ni “sirve a Dios”. Una maestra enfocada en el evangelio va a saber que los niños son totalmente incapaces de hacer esas cosas si no son transformados primero por Cristo. La clase centrada en el evangelio va a enfatizar que los alumnos son pecadores. (Y eso tomará varias clases, ¡porque ellos sinceramente piensan que no lo son!) Los niños en esta clase aprenden que Dios es santo y no tolera el pecado, que los pecadores no tienen la esperanza de limpiarse, pero que Dios quiso rescatarles ¡y mandó un Salvador a limpiarles de su pecado!
Y esa es la razón por la que existe la escuelita bíblica.
Ese debe ser el único propósito en la clase: que los niños entiendan el evangelio.
Creo que ya me delaté. Estoy totalmente convencida de que estos tipos de clase no tienen el mismo valor. Sólo hay un tipo de clase que vale la pena. Si queremos entretenerlos, para esto están la televisión y los libros. Si queremos que vivan una vida que agrada a Dios, les estaremos exigiendo algo imposible antes de ser salvos.
Los alumnos de la escuela bíblica necesitan el evangelio.
Claro, será necesario enseñarles ciertos principios con este fin, especialmente si son muy pequeños. Tienen que aprender que ellos son pecadores (por ejemplo, desobedecer o pegarle a tu hermano es pecado), que Dios lo ve todo (no pueden esconder su pecado de Dios), que Dios tiene un Hijo (y lo ama muchísimo, por eso fue tan increíble que lo sacrificara por los pecadores), etc. Pero, cada lección, cada ilustración, cada versículo a memorizar debe llevar a una sola meta: que los niños aprendan el evangelio.
Nota: Quisiera agregar que esto no sucede en una sola clase. Sé que hay maestros que procuran explicar el evangelio en la primera clase y que los alumnos sean salvos ese día. Pero, los niños, tal como los adultos, necesitan tiempo para procesar toda esta información y la mayoría no estará lista para recibir a Cristo como Salvador el primer día. Esto es algo tan importante que no se puede hacer bajo presión. El trabajo del maestro es enseñar el evangelio. El animar al niño a acudir a Cristo por su salvación es trabajo del Espíritu Santo.
El tema del libro no es la oración en general, se enfoca específicamente sobre la oración intercesora. El autor nota que es demasiado fácil enfocarnos en peticiones para nosotros mismos, pero aún ese no es su punto principal. Escribió el libro para personas dedicadas a tiempo completo a la obra del Señor.
Escribió el libro para animarles y recordarles que si trabajan sin orar, es totalmente inútil porque están dependiendo totalmente de su carne. Es más, lo mejor que puede hacer el que quiere ayudar a otros es pedirle todo a Dios: su fuerza, su compasión, su gracia, su doctrina, etc.
“… la parte más grande y más bendita de mi trabajo es pedir y recibir de mi Padre lo que puedo llevar a otros.”
Otro punto que señaló el autor es que para que una vida de oración realmente sea eficaz necesita ir respaldad por una vida santa.De hecho, lo primero que hay que hacer es confesar el pecado, antes de interceder. Y si no sabemos qué confesar, ¡podemos confesar aunque sea la falta de oración!
“Pueden existir otros pecados, pero lo seguro es que aquí hay uno que causa la pérdida…: no oramos como nos enseñan Cristo y la Escritura.”
Claro, la necesidad de la oración puede abrumarnos y el autor lo sabe. Él dice varias veces que la necesidad de todos los que nos rodean siempre será mucho más grande que nuestra capacidad de orar. Pero, nos anima a orar con fe.
“Mientras midamos nuestro poder de orar de manera correcta y con perseverancia por lo que sentimos o creemos que podemos hacer, sentiremos desánimo al oír cuanto debemos orar.”
“Pero si confiamos que, en medio de toda la debilidad de la que estamos conscientes, el Espíritu Santo, como Espíritu de súplica habita en nosotros, precisamente con el propósito de capacitarnos para orar de la manera y a la medida que Dios quiere que oremos, entonces nuestros corazones se llenarán de esperanza.”
Creo que la lección más preciosa para mí fue que el libro me hizo recordar que la obra depende de Dios.
“… mi primera obra, mi única fuerza es la intercesión, obtener el poder De Dios sobre las almas que se me han confiado…”
Andrew Murray fue un predicador y hoy muchos recomiendan sus libros como de los mejores que puede leer un creyente. Su perspectiva sobre la oración es única. Su libro El ministerio de la oración intercesora https://amzn.to/2VxtGpL (enlace afiliado) me ha hecho reconocer que no conozco el poder verdadero de la oración, pero el libro no me ha dejado desanimada, al contrario me da esperanza que sí tengo la posibilidad de conocerlo.
Andrew Murray (1828 – 1917) nació en Graaf Reinet, Sudáfrica a padres misioneros de Escocia.Parece que pasó una niñez feliz, en un hogar que enfatizaba tanto la vida espiritual como tiempos de diversión. Como joven, fue enviado a estudiar en Escocia, y luego continuó sus estudios en Holanda. Pero tan sólo terminó y regresó a Sudáfrica.
Siempre fue muy juguetón, cosa que sorprendía a muchos ya que desde joven fue muy respetado por su predicación y enseñanza. A los 28 años se casó con Emma Rutherford, con quien llegaría a tener una familia grande.
Quizás su formación espiritual fue más profunda por varias aflicciones físicas que tuvo. Además de perder la voz durante dos años, sufrió accidentes que le causaron lesiones permanentes. A pesar de que vivía con dolor, su espíritu gentil y humilde siempre impactaba a los que interactuaban con él.
Su preocupación más grande en relación a los que lo oían predicar, era llevarles más cerca de Cristo, que vivieran sus vidas en el poder de Cristo. Y de hecho, muchos de sus libros y devociones tratan específicamente sobre habitar con Cristo, conocerlo de cerca y pasar tiempo con él. En las iglesias que él pastoreaba, también las misiones eran siempre una prioridad y enviaron y apoyaron a muchos misioneros.
Antes de partir para estar con el Señor, Andrew Murray ¡escribió algunos 250 libros y tratados! Obviamente son muchísimos, pero dos que me llamaron la atención y que quisiera leer son:
La vida de oración y santidad de este hombre me inspiraron, y aunque fue ser humano y tuvo errores, espero llegar a ser un creyente de oración como él.