porque todos tenemos un Patmos

Juan el apóstol, se encontró sólo en la isla de Patmos.

Patmos representaba mucho para él. Era el castigo que las autoridades le habían dado por predicar el evangelio. Era soledad y abandono. Era montañas rocosa y colinas secas.

sewvxey0f3w-aaron-lee.jpg
Imagen de Aaron Lee / CC-BY

Quizás con otros prisioneros políticos o religiosos, Juan se encontraba sobre una isla que nunca podría escapar. No sabemos si Juan buscó la compañía de otros allí o si prefería estar solo. Quizás no tenía más opción que estar solo. De hecho, sabemos muy poco de la vida de Juan sobre esa terrible isla porque él no nos habla de aquello.

En circunstancias difíciles, en tiempos de tribulación, en sufrimiento y persecución, Juan escribió el libro de Apocalipsis. No se rindió al llegar a la isla. No se deprimió al encontrarse sin apoyo emocional o espiritual. No cedió ante la mano de hierro del gobierno que lo estaba sofocando en esa isla.

Juan buscó la faz de Dios.

Pasó tiempo con el Señor, se metió de lleno en Su presencia. Habló con el Señor, escuchó al Señor, adoró al Señor. Y vio lo que Dios quería que él hiciera. Vio visiones y las escribió.

Escribió un libro de profecía profunda, un libro fascinante que muestra destellos y sombras del futuro.

Si Juan hubiera cedido a la decepción que de seguro le asediaba, si hubiera permitido que la tristeza lo envolviera, no hubiera podido hacer el trabajo que Dios le tenía. Seguramente triste, seguramente decepcionado, seguramente sintiéndose sólo, Juan se acercó a Dios.

Y fue cuando Dios le mostró la gran obra que tenía para él.

¿Cuál es tu Patmos?

¿Qué te hace sentir sola? ¿Qué has vivido que te decepcionó? ¿Qué te envuelve en tristeza? Tu Patmos quizás no sea una isla rocosa, pero quizás tienes un problema que te deja paralizado de temor o frustración. Yo también, tengo mi Patmos. Juan, en su Patmos, permitió que Dios obrara y el resultado fue un maravilloso libro inspirado.

¿Qué harás tú con tu Patmos?

el reto que declarará a todos que eres de Cristo

¿Cómo saben las personas que eres cristiano o cristiana?

Podrías hablar de Dios constantemente. Podrías regalar folletos. Podrías invitarlos a escuchar el evangelio.

Pero, la Biblia nos dice que se darán cuenta que somos discípulos de Cristo si tenemos amor los unos con los otros.* De hecho, aunque Cristo nos mandó a ir y predicar a toda criatura*, también nos mandó a amar los unos a los otros.*

Una de las cosas más importantes que podemos hacer en el evangelismo es amar a los demás creyentes.

Y no se trata de sentir algo bonito cuando los ves. Esos sentimientos a veces los tendrás y a aveces no. En la Biblia, el “amar” a alguien no es un sentimiento que me llega al pensar en cierta persona, es una acción que decido tomar.

El amar es algo activo.

Y es algo que los que no siguen a Cristo podrán observar para la gloria de Dios. Entonces, ¿cómo puedes amar a tus hermanos este fin? Es decir, ¿qué puedes activamente o deliberadamente hacer para demostrar que amas a los hermanos?

¡Ése es el reto de este fin!

¿Puedes cuidar los niños de una madre joven mientras ella descansa un par de horas? ¿Puedes escribirle un mensaje de ánimo a algún líder espiritual? ¿Puedes visitar a un hermano grande que ya casi no puede salir de su casa por cuestiones de salud?

Amar (activamente) a los hermanos es parte de evangelizar.

photo-1451471016731-e963a8588be8.jpeg
Imagen de Annie Spratt / CC-BY 

“…el fruto del Espíritu es amor…” Gálatas 5:22

*Juan 3:35, Marcos 16:15, Romanos 12:10

un resumen de la semana y una descarga gratuita

Lo destacado de la semana:

Esta semana disfruté muchísimo el domingo. Los hermanos nos juntamos para hacerles unas bolsitas de dulces y juguetes a los niños y además tuvimos una comida de traje después de la predicación del evangelio. ¡Fue tan bueno trabajar en equipo y ver la realidad de que somos una familia en Dios! Obviamente, los niños quedaron muy contentos con sus regalos, y como cada quién recibió una pelotita, ¡el resto del día todo mundo estaba en peligro de que le dieran en la cabeza con una! Al sentarnos a comer juntos después de la última reunión, pudimos platicar y pasar tiempo con los creyentes y sus familias. Lo disfruté mucho.

La lección de la semana:

Cuando decides hacer algo para Dios, el Enemigo te ataca.

Cuando decides seguir sirviendo, el Enemigo te ataca.

Cuando decides no rendirte, el Enemigo te ataca.

Y al considerarte digno de un ataque, el Enemigo te pone en la misma categoría de las huestes de creyentes de toda la historia que, como tú, amenazaban su causa al servir al Señor.

El versículo de la semana:

gal6.9.jpg