“¡Nunca pensé que el ser adulta conllevaría tanta culpa!”

Lo dije a mi hermano en broma, pero reflejaba una verdad que ha traído dificultades a mi vida.
Me siento culpable.
Cuando no visito a esa hermana que está desanimada, me siento culpable.
Cuando no he traído el mandado y ya no hay fruta para mi esposo, me siento culpable.
Cuando no llamo a mi amiga durante más de una semana, me siento culpable.
La lista es larga y personal.
Pero esta no es la vida a la que me ha llamado el Señor. El Señor prometió vida y vida en abundancia. El Señor prometió ríos de agua viva. El Señor no dijo nada sobre una carga abrumadora de culpa.
El sentimiento de culpa en la vida cristiana tiene solo un propósito: llevarme a confesar mi pecado al Padre. (1 Juan 1:9)
Una vez confesado el pecado, la culpa ya no tiene propósito.
Y si no he pecado, la culpa no tenía por qué ser parte de mi día.
Obviamente, peco todos los días. Obviamente, hay cosas que tengo que confesar al Padre, todos los días. Pero… esta culpa, que siento por mil y un cosas pequeñas que no he podido hacer… ¿no será una herramienta de Satanás?
¿Será que Satanás está usando la culpa para distraerme de lo que realmente es importante?
Es que un cristiano abrumado de culpa, no tendrá la energía de enfocarse en los verdaderos pecados en su vida. Un cristiano abrumado de culpa, no podrá servir con gozo al Señor y a sus hermanos. Un cristiano abrumado de culpa, no puede más que sentirse solo y desesperado.
Estoy comenzando a pensar que, uno, si la culpa no es por un pecado específico y dos, no me lleva directamente a confesarlo al Señor, entonces, es del Enemigo.
Si después de confesar el pecado, sigo con culpa, es del Enemigo.
Si la culpa me asedia, por algo que no es pecado, es del Enemigo.
La vida cristiana no se trata de una vida llena de culpa.
Quizás el Enemigo me está distrayendo con culpa por cosas que no son pecado, para que no vea los verdaderos pecados en mi vida.
¿Será?