Creo que todos recordamos el relato en la Biblia del templo de Salomón y su impresionante lujo y belleza. Simplemente, la cantidad de oro que se usó al decorarla es inconcebible.

Entonces, no es sorpresa que después de la destrucción del templo, después de setenta años de cautiverio, después de finalmente obtener permiso de regresar a Jerusalén y reconstruir la ciudad con su templo, los ancianos del pueblo lloraron cuando vieron el templo que se estaba construyendo.
¡No se comparaba con el glorioso templo de Salomón que ellos recordaban!
De hecho, ¡era una nada! ¡Y nunca sería lo que una vez había sido!
“¿Por qué seguir?” Comenzaron a preguntarse. Los ancianos y los jóvenes se desanimaron en la obra al ver lo poquito que podían hacer.
¿No te sientes así, a veces?
¡Sabes que no puedes servir como tal o cual hermano! ¡Estas seguro de que tu esfuerzo en apoyar no vale mucho!
Pues, Hageo tiene un mensaje para ti y para mí, al igual que para esta gente que recordaba la gloria indescriptible del gran templo de Salomón y estaban desanimados con sus propios esfuerzos.
“¿Quién de los que han quedado entre ustedes vio este templo en su primera gloria? ¿Y cómo lo ven ahora? ¿No es este como nada delante de sus ojos? …llenaré este templo de gloria, ha dicho el SEÑOR de los Ejércitos.”
Dios mandó a Hageo a animar al pueblo de Israel. Era cierto. Este templo no era nada en comparación con el templo de Salomón.
Pero, Dios no los estaba llamando a construir el templo de Salomón.
Dios los estaba llamando a hacer lo que ellos podían.
Y Dios honraría su esfuerzo. Dios llenaría el templo de gloria, la gloria de Él.
Así también, nuestros esfuerzos y nuestro servicio. Si creemos que es poquito, si pensamos que no vale mucho, Dios nos anima a través del profeta Hageo.