Las obras buenas del ser humano no valen nada. Son trapos de inmundicia. No valen ante Dios.
Estas frases son comunes en una predicación del evangelio.
Y es correcto.
Lo que hace una persona que no cree en Cristo, está sin Cristo y por lo tanto, Dios no lo puede aceptar.
Pero, ahora, como creyente, es fácil olvidar que lo mismo aplica.
Si lo que hice sin Cristo, antes de ser salvo, no valía nada ante Dios, ¿por qué creo que lo que hago después de la salvación sin Cristo vale algo?
Es decir, si yo presento alguna alabanza a Dios, sin depender de Cristo, no tiene valor. Si sirvo a algún hermano sin depender de Cristo, no tiene valor. Si procuro compartir el evangelio sin depender de Cristo, no tiene valor.
Es muy fácil creer que soy capaz, especialmente si es algo que he hecho muchas veces, pero cada servicio debe hacerme depender más del Señor.
De hecho, el Señor mismo lo dejó claro en Juan 15:5, “Separados de mí, nada podéis hacer.”
Mi adoración, mi servicio, mi evangelización, cuando no los hago en Cristo, son madera, heno y hojarasca.