“¡Señor, sálvame!”
Cuando leemos este clamor de Pedro, muchas veces pensamos que es uno de sus momentos más débiles.
¡Con cuánta fe había saltado del barco para dirigirse al Señor! Y unos minutos después ¡se está hundiendo! Tan rápido quitó los ojos del Señor, tan fácilmente perdio la fe…
Pero, yo propongo que este momento fue uno de los momentos más sabios de Pedro.
Se estaba hundiendo. Estaba rodeado de olas abrumadoras. Las nubes de tormenta lo amenazaban desde el cielo.
Y ¿qué hizo?
“¡Señor, sálvame!”
Pedro acudió al Señor cuando perdió la fe.
¡Si sólo nosotros pudiéramos aprender esa lección!
Es que cuando nos hundimos en el estrés, cuando las circunstancias de la vida son abrumadoras, cuando el fracaso nos amenaza desde el futuro lo más fácil del mundo es huir.
Abandonar la realidad viendo Netflix.
Olvidarme del mundo perdiéndome en YouTube.
Darle la espalda al problema atascándome de papitas o postres.
Pero, podemos aprender esto de Pedro: ¡vayamos al Señor!
¡Él nos rescatará! (Mucho mejor que lo pueden hacer Netflix, YouTube o la comida!) El Señor espera ayudarnos. El Señor conoce nuestras debilidades y quiere que aprendamos a depender de Él.
Cuando perdemos la fe, cuando nos estamos ahogando, no hay nada que lo complace más que escuchar nuestra desesperada voz.
“¡Señor, sálvame!”
Y cuando clamamos, Él llegará allí al instante, nos tomará de la mano y nos mostrará lo absurdo que es el perder la fe en Él.
Imagen de: Photosightfaces Leading the way via photopin (license)