¿Sabes cuántas veces dijo Cristo, “…no porque aún no ha llegado mi hora?”
Yo tampoco. Pero al leer el libro de Juan he notado que vez tras vez, Cristo hace referencia a la voluntad del Padre y a la hora designada. Cristo estaba siguiendo el plan del Padre y no permitió que nadie lo desviara.
Pero, hace unos días noté un mandamiento especial que el Padre le había dado.
…yo pongo mi vida, para volverla a tomar. Nadie me la quita, sino que yo de mí mismo la pongo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder para volverla a tomar. Este mandamiento recibí de mi Padre. Juan 10:18
El mandamiento era específico: poner la vida, y volverla a tomar.
Y Cristo obedeció.
Así como lo hizo cada vez que alguien le incitaba a mostrar su poder, como en cada ocasión cuando un discípulo le pedía que destruyera a los pecadores, Cristo obedeció.
¡Qué grandioso tener un Salvador y un Señor que fue obediente! Cristo obedeció durante su vida, pero también a la hora de la muerte.
Y después de la muerte, también obedeció.
Cristo volvió a tomar vida para demostrar lo que el Padre quería anunciar a los cuatro vientos. ¡El Salvador vive! ¡Tomó cautiva la cautividad! ¡La muerte ya no tiene poder! ¡El Señor resucitó!
Y todo esto, porque Cristo obedeció al Padre.