
En el 2013, viajé a los Estados Unidos. Allí escuché un mensaje que mi llevó a escribir algo que hoy quiero compartir.
Se requieren de dos para reconciliarse, pero sólo uno para perdonar.
En la asamblea que visité, el que ministró predicó sobre el perdón. Se notaba que el mensaje venía del corazón y por lo tanto también tocó el mío.
Habló de cómo el perdón va en contra del orgullo y cómo él había batallado con la amargura y el odio cuando algunos le habían hecho mal.
Pero, yo conozco a ese hermano desde hace años, de hecho toda la vida.
Es uno de los hombres que más muestra gracia y gentileza.
¿Él había odiado a alguien? ¿Él había sentido amargura?
No pude más que preguntarme, ¿cuánto más había pecado yo al no perdonar a alguien?
Porque yo no soy de los que más muestran gracia y gentileza.
El mensaje me convenció de mí pecado.
A mí me han herido. A mi familia los han herido.
He intentado olvidarlo. He seguido adelante.
¿Es suficiente?
El mensaje de ese miércoles me convenció que no.
No es suficiente simplemente dejar de pensar en ello. No es suficiente sólo seguir adelante.
Hay que enfrentar lo que hizo la persona.
Y hay que perdonar.
Es seguir el mandato de Dios.
Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo. Efesios 4:32