Mi Dios, te pregunto a veces ¿Por qué, oh, Señor? Esta tragedia. La dificultad. ¿Por qué me llevas por el valle, valle de la sombra de muerte? La fría crueldad de la tormenta entra a mi alma. Y ¿por qué hay tanto qué sufrir? Pero, hoy, mi pregunta es otra. ¿Por qué no, Señor? Yo ya no sufro. Pero otros sí. ¿Por qué, para mí, la tormenta desvaneció como la niebla? Cuando alrededor veo tragedias, valles de sombra y ¿por qué a mí no me tocó?
Cuentos y más
el contentamiento
Enséñame el contentamiento. Cuando todo es abundante, mis manos, llenas de bendiciones. Tengo todo lo que necesito también unos cuantos lujos, además, Cristo, conmigo, y rebosa mi corazón. Enséñame el contentamiento. Enséñame el contentamiento. Cuando carezco de tanto… y mis manos, esperando vacías, ni siquiera lo que necesito, mucho menos ciertos lujos. Pero está Cristo conmigo. y Él llena mi corazón. Enséñame el contentamiento.
Mi gran propósito
Mi gran propósito es ser como Cristo. Y todo lo que Dios trae a mi vida— las bendiciones y tribulaciones, cada lucha, maravilla o triunfo— son simples herramientas en sus manos, en manos del carpintero perfecto. Y cortan, aplanan, lijan y pulen, y al fin, mi alma, hermosa y útil, reflejará en sus brillantes facetas a Aquel que con tanto amor la labró.
¡Aleluya!
Él es digno. Toda gloria, toda honra, adoracón, y bendición demos a Él. Solo Él es soberano, bondadoso, de eternidad en majestad, ¡gloria a Él!
días cotidianos
Hay más honra para Dios En días cotidianos bien vividos Que en actos “muy gloriosos”. Se complace mucho más En días cotidianos bien vividos.