No se encuentra debajo del árbol.
No se encuentra en los centros comerciales.
Nuestra razón de celebración no está detrás de los regalos.
Cristo vino al mundo, nació en un establo.
Cristo derramó su sangre en la cruz.
Ascendió al Padre, se sentó a Su diestra
Y hoy Cristo está en mi corazón.
Cristo quiere habitar con nosotros,
pero nuestro pecado lo impide.
Cristo Jesús murió en la cruz, ofrece borrar nuestro pecado.
Cristo vino al mundo, nació en un establo.
Cristo derramó su sangre en la cruz.
Ascendió al Padre, se sentó a Su diestra
Y hoy Cristo da la invitación:
Venid a mí si estáis cansados.
Sus pecados quedarán perdonados.
Mi paz tendrán, descanso hallarán, vida les daré en abundancia.
Sabemos que Dios vez tras vez ha hecho todo lo posible por habitar con los seres humanos. Pero, un Ser supremo, de justicia perfecta, de bondad perfecta, de santidad perfecta está tan elevado en comparación con estas pequeñas criaturas tan llenas de pecado, de imperfección y de rebelión… ¿cómo podremos habitar juntos?
Esa es la historia de la Biblia. Todo se trata de precisamente ese problema y la solución: Cristo. El Antiguo Testamento está lleno de ilustraciones, sombras, figuras de Cristo.
Una de las ilustraciones de Cristo más preciosas para mí es el tabernáculo. Y en el corazón del tabernáculo estaba el propiciatorio. Dios prometió estar ahí. El propiciatorio sería su habitación en la tierra.
“Allí me encontraré contigo, y desde encima del propiciatorio, de en medio de los querubines que están sobre el arca del testimonio, hablaré contigo de todo lo que te mande para los hijos de Israel.”
Éxodo 25:22
¿Pero qué era el propiciatorio? ¿Porqué estaría la presencia de Dios ahí y no sobre algún otro mueble del tabernáculo? ¿Porqué no sobre el altar de bronce donde se hacían los sacrificios o sobre el altar de incienso en donde adoraban?
¿Qué tenía de especial el propiciatorio?
El propiciatorio era un mueble hecho totalmente de oro que funcionaba como la tapadera del arca del pacto (o el arca del testimonio, como se le llama en la RVR 2015). Tenía dos esculturas de querubines, uno a cada extremo, que miraban hacia el centro del propiciatorio y extendían sus alas sobre él. Y una vez al año, entraba el sumo sacerdote de Israel al Lugar Santísimo y salpicaba sangre hacia y en el propiciatorio. En ese día el Señor perdonaba los pecados de Israel, les era propicio, es decir, les mostraba misericordia.
Es impactante que el lugar de la presencia de Dios era el lugar de la misericordia.
Solo gracias a la misericordia era posible que Dios habitara entre ellos.
Hoy Dios también quiere habitar enter nosotros. ¿Y cuál es la base de la presencia de Dios entre Su pueblo?
Sigue siendo Su misericordia.
Cristo mismo fue la propiciación para poder acercarnos a Dios.
“…Cristo Jesús, a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre…”
Romanos 3:24, 25
Así, la distancia causada por el pecado desapareció gracias a la propiciación que hizo Cristo, gracias a la misericordia que nos mostró Dios.
“Cristo también padeció una vez para siempre por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios;”
1 Pedro 3:18
“…no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia…”
Tito 3:5
Hoy, Dios habita con cada creyente. Ya no esperamos que un sumo sacerdote entre ante el propiciatorio una vez al año. Hoy tenemos libre entrada, gracias a nuestro Gran Sumo Sacerdote quien abrió el velo para permitirnos libre acceso a Dios.
“Así que, hermanos, teniendo libertad para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesucristo,por el camino nuevo y vivo que él nos abrió a través del velo, …acerquémonos…”
Hebreos 10:19-22
Y cuando entramos ¿qué encontramos?
Aún hoy, vemos un propiciatorio, un lugar de misericordia y, así como en el tabernáculo del Antiguo Testamento, lo vemos cubierto de sangre. Pero, no de animales, sino sangre de nuestro Señor Jesucristo, quien obtuvo misericordia para cada creyente.
La presencia de Dios aquí siempre ha sido, hoy es y siempre será solamente gracias a Su gran misericordia.
No me refiero al temor de Dios en el sentido bíblico. Pregunto, más bien, si cuando te pasa algo malo, piensas en los días que no has leído tu Biblia. O cuando pecas, ¿te da miedo que te enfermes? ¿Sientes que si tú no complaces a Dios, Él te va a abandonar durante un tiempo “para que veas lo que se siente”?
Me temo que muchos creyentes viven bajo esa carga. Viven como si Dios fuera vengativo y rencoroso.
Pero, mientras Dios odia el pecado y se entristece cuando no hacemos Su voluntad, no reacciona con resentimiento.
El creyente en Cristo ha sido hecho hijo de Dios. Y Dios, mientras sí disciplina y permite que sus hijos sufran las consecuencias de sus acciones, nunca los trata con rencor. Es su Padre, padre que como el del hijo pródigo espera, siempre amoroso, siempre dispuesto.
Acabo de tener un bebé. Es pequeño y precioso. Y como recién nacido pasa mucho tiempo llorando. Llora cuando le limpio la carita. Pega gritos cuando le pongo crema. Se queja cuando le cambio el pañal. Y cuando, a las cuatro de la mañana está llorando porque tiene sueño y no se puede dormir, es extremadamente frustrante.
Aún así, cuando me estoy cayendo de sueño, acalorada del esfuerzo de estar arrullándolo o envolviéndolo con la cobija, frustrada porque no sé cómo tranquilizarlo, jamás se me ha ocurrido decirle, “Bueno, pues, si no quieres estar en mis brazos está bien. Quédate en la cuna sin la cobija que tanto peleas, sin el pañal del que tanto te quejas, sin la leche que primero buscas y luego rechazas.”
¡Claro que no!
Es un bebé que me necesita. Es mi bebé, mi hijo. Lo amo con todo mi corazón y daría mi vida misma por él. No tiene por qué temer lo que le voy a hacer. No tiene por qué tenerme miedo.
Con mi hijo, unos cuatro días después de nacer.
Nunca antes había entendido tan bien las palabras del Señor Jesucristo, “…si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará buenas cosas…?”
Si alguna vez te da la impresión de que Dios se está vengando por algo que hiciste, recuerda lo que haría una madre con un bebé recién nacido. Ese mismo amor que todo lo puede es solo una sombra, un reflejo de lo que Dios siente por sus hijos, por ti.
(Escribí esta meditación al final del año pasado, espero sea de bendición ¡a pesar de que ya estamos en el siguiente año!)
Porque yo Jehová no cambio; por esto, hijos de Jacob, no habéis sido consumidos. Malaquías 3:6
El año 2020 ha sido uno lleno de retos. Los niños sin ir a la escuela, muchos sin trabajo y, lo más impactante para nosotros, los hermanos sin reunirnos. Muchísimas actividades de la vida cotidiana han cambiado drásticamente y hemos sentido, hasta sufrido, por la inestabilidad que estos cambios nos han traído. Si algo hemos aprendido es que ningún aspecto de nuestra vida es incambiable.
Dios, sin embargo, nos da una promesa en Malaquías: Él no cambia. Sigue siendo el mismo, hoy, ayer y por los siglos. (Heb. 13:8). Una vida fundada en Él, como una casa con fundamento en la roca, será estable a pesar de los cambios que le puedan rodear (Mateo 7:25). Una vida dependiente de Él, no será consumida.
Podemos depender de este Dios incambiable cuando todo a nuestro al rededor está cambiando. Y es gracias a eso que el 2020 no puede acabar con nosotros. Aunque no podamos salir, aunque suframos soledad, aunque no podamos ver a nuestros hermanos, no hemos sido ni seremos consumidos. Porque la vida del creyente esta fundada en un Dios incambiable.
El ser humano se hizo a semejanza de Dios. Somos un pobre reflejo de lo divino.
Y el matrimonio, una institución creada para representar la unión de Cristo y la iglesia, es otro reflejo de algo celestial.
Pero, ¿qué tal si no somos los únicos? No es lógico pensar que toda la creación se diseñó específicamente para reflejar, aunque sea de manera limitada, algún aspecto del Creador?
¡No cabe duda!
Ezequiel 1 habla de unas criaturas celestiales. “Y el aspecto de sus caras era cara de hombre, y cara de león al lado derecho de los cuatro, y cara de buey a la izquierda en los cuatro; asimismo había en los cuatro cara de águila.”
Digo, es un capítulo que no me atrevo a explicar, pero da la idea de que hay seres del cielo que tienen más de una característica de algo terrenal. Un águila, por más majestuoso y feroz que sea, es sólo una faceta de este ser. La fuerza y constancia de un buey era sólo una parte de este ser. El león veloz y fuerte sólo representa un lado de este ser. Y el hombre con su intelecto sin rival y su capacidad espiritual es sólo un aspecto de este ser. ¡Es un ser incomprensible para nosotros!
Entonces, en el reino animal, quizás se pueda suponer que cada uno representa, de una manera pobre, pequeña, plana, algo divino. ¿La gracia del movimiento del antílope y el caballo, puede indicarnos un poquito de la elegancia de los movimientos en el cielo? ¿Qué nos enseña la increíble suavidad de una alpaca?¿Los colores brillantes del loro? ¿La rapidez impresionante del avestruz? ¿Qué aprendemos del Creador tomando en cuenta esas características?
Obviamente, no podemos entender realmente a Dios ni al cielo, pero me encanta pensar que Él nos ha dejado pistas, nos ha permitido vistazos de la magnificencia de Su ser a través de la creación. ¿No es maravilloso pensarlo? ¿Lo has pensado tú alguna vez? ¡Me encantaría saber si tú también has observado un toque divino en algo terrenal!