Ayer fue el día internacional de la amistad.
No sé cuánto darías tu por tener una amistad con alguien. Quizás un regalo. Quizás un abrazo. Quizás tu número de teléfono. Quizás has sacrificado tu tiempo para conversar con un nuevo amigo o para renovar una amistad que se estaba desvaneciendo.
Pero Dios, para tener una amistad contigo, lo dio todo.

Ayer, al pensar en lo que compartiría hoy, me llegó la notificación de que era el día internacional de la amistad y fue cuando noté que un tema recurrente en las conversaciones que he tenido últimamente es la amistad con Dios. O mejor dicho, el hecho de que Dios quiere tener una amistad con nosotros.
Me fascina cómo Dios vez tras vez busca habitar con el hombre. Vemos en cada dispensación que Dios quiere habitar entre nosotros: hablando con Adán y Eva por las tardes, descendiendo en una nube entre los Israelitas, hablando a través de los profetas…
Y su última, gran obra para habitar entre la humanidad, ¿cuál fue?
¡La cruz!
Dios tanto anhela una amistad con nosotros, que derramó toda su ira – la ira que tú y yo merecíamos – sobre su santo Hijo.
¡Qué sacrificio tan grande!
Y todo ese sufrimiento y abandono fue para que pudiéramos ser amigos de Dios.
¡Alabado sea el Hijo de Dios! ¡Alabado sea por limpiarnos en Su sangre! ¡Alabado sea por ofrecer Su amistad!