Si un maestro no reconoce que puede aprender más, es un mal maestro. Y como yo comencé a enseñar muy chica, ¡cometí muchos errores al inicio!

Hoy quiero compartir lo que he aprendido de 3 errores al dar una clase de escuelita.
1. Permití que el enojo motivara mis acciones.
Cuando los niños se portan mal (y sí llegará el momento en que los niños se portan mal), es imprescindible mostrarles que no es aceptable y que Dios exige obediencia. Sin embargo, esto se debe enseñar mostrando el amor de Dios por esta preciosa alma y en perfecto control de las acciones de uno. Aunque yo quería muchísimo a mis alumnos, cuando hacían algo incorrecto, a veces los corregía por coraje y no para enseñarles que Dios exige obediencia. Quizás esto parezca extraño, pero aunque mis acciones probablemente hubieran sido las mismas, la motivación detrás era otra. Y es muy importante que al tratar a los alumnos, yo esté actuando conforme al carácter de Dios y no conforme a mis preferencias.
2. Confié en mi conocimiento de la Biblia.
Comencé dándoles clases a los niños de 3 a 6 años, entonces eran lecciones bastantes básicas como: Dios está en el cielo, Dios es amor, Dios todo lo ve… pero, aún así, debería de haber estudiado más sobre cada tema. No sólo porque uno nunca sabe qué preguntas se les van a ocurrir a esos niños, sino también por mi propio bien espiritual y mi desarrollo como maestra. Aunque sea un tema o una historia que ya conozco, si no profundizo mi estudio, se vuelve aburrido y repetitivo para mí y para mis alumnos.
3. Alcé la voz.
No me refiero a corajes, hablo simplemente de levantar la voz para que los niños me escucharan. Cuando empecé a dar clases, sólo una cortina nos separaba de la otra clase y cada ruido de ellos se escuchaba en nuestro salón y vice versa. Llegué a alzar la voz mucho para que mis alumnos me escucharan pero se convirtió en un mal hábito. Hasta la fecha, me cuesta trabajo dar una clase en voz normal. Es mejor bajar la voz, los niños tienen que poner más atención para escuchar, además, uno no estorba a los otros maestros (¡mil disculpas a los demás maestros de Zapopan!) Y si uno habla en voz baja, los niños se habitúan a hablar igual dentro del salón, ¡lo que siempre es una ventaja!
Espero tú puedas evitar estos errores. Al corregir o disciplinar a un alumno, examina tus motivos porque sí importan. Prepara no sólo una ilustración visual para la clase, sino también el material para que tú también aprendas de tu clase. Y finalmente, da las instrucciones, haz las preguntas y aún corrige a los niños en voz baja, ¡la clase será más tranquila!