¡A los niños les encantan los coritos de la escuelita bíblica!
Es una de las mejores maneras de iniciar una clase porque se sientan, toda su energía se va para sus voces y terminan más tranquilos al momento de iniciar la clase.
Ah, y también porque los coritos son una manera increíble de plantar la semilla de la Palabra de Dios en sus memorias.

De hecho, estoy completamente convencida de que si el corito no cuenta una historia Bíblica o no declara un principio Bíblico es una oportunidad perdida.
Hay coritos chistosos y hay coritos con mímicas. Hay coritos rápidos y hay coritos lentos. Pero, al contrario de lo que muchos piensan, el canto no se trata de que los niños se diviertan un rato.
El canto es una oportunidad para enfocar su atención, sí, de manera divertida, en la Palabra de Dios.
No estoy diciendo que es pecado cantar un corito sobre todos los animales que están en la creación de Dios. A la vez, ¿por qué no aprovechar el deseo de cantar, aprovechar la memoria que tienen para inculcar verdades bíblicas? ¿Por qué no mejor un canto sobre el pecado del ser humano? ¿Un canto que alista los diez mandamientos? ¿O un canto que relata cómo Cristo sanó al paralítico?
Estos quince minutos en la clase, no son quince minutos de tranquilizar a los niños.
Son quince minutos en los que los niños van a memorizar algo.
Algo que llevarán a casa.
Y ¿qué preferimos que estén cantando a oídos de sus padres inconversos?
“…nuestro padre Abraham tuvo muchos hijos…”
¿O esto?
“Yo pequé, pero Dios me ama y Cristo murió por mí…”