Me enamoré de ella.
Sus ojos, con forma de almendra, llenos de alegría.
Sus labios, que jugaban y reían.
Su cabello, brillante en el sol y suave entre mis dedos.
Su voz, música, ya firme, ya tímida.
Pero, ah, ¡su alma!
Me enamoré de ella.
Su alma que abría el corazón compasivo,
al de corazón quebrantado,
que sentía dolor y simpatía
con aquel que contaba su sufrimiento,
que contaba algo chistoso
al que más necesitaba reír,
que compartía sabiduría
al que más lo necesitaba oír.
¡Ah, su alma!
que me daba aliento,
que era mi sol, mi luna,
que era mi razón de vivir.
Me enamoré de ella.
Sus ojos, rodeados de arrugas, llenos de alegría.
Sus labios, que juegan y ríen.
Su cabello, blanco y plateado, y suave entre mis dedos.
Su voz, música, ya firme, ya tímida.
Y ah, ¡su alma!
Sigo enamorado de ella.
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