Acabo de conseguir y leer Nunca Sabré de Keila Ochoa Harris, publicado por Grupo Nelson en 2012. Es una historia encantadora que sucede en un pueblito de Michoacán en donde hacen esferas navideñas: Tlalpujahua. Crecí en un pequeño pueblo de Michoacán entonces muchos detalles de esta historia me hicieron recordar mi niñez ¡y me encantó! Es una historia de amor, de navidad, de música… no puedo más que recomendarlo.
El primer capítulo comienza con una frase que me cautivó.
“Ángela observó al niño de unos ocho años entrar a la tienda.”
Pero, Nunca Sabré realmente no es la historia de Ángela, aunque sí la cuenta. Es la historia de su hija, Clara, nombrada en honor a la niña del Cascanueces de Chaikovski.
El libro da detalles e información sobre Tlalpujahua de una forma tan entrelazada con la historia que ni cuenta me di cuando estaba aprendiendo. ¡Esa es la forma de dar información!
“Una estrella. Recordó el adorno en casa de Adrián. Doña Elvira siempre colocaba una estrella en lo alto del árbol. Una estrella que daba luz. Una estrella que unos magos siguieron, si no se equivocaba. Pero ella carecía de estrella para seguir; había perdido la luz.”
Un tema recurrente en la historia es la estrella que Clara busca. Comienza con un recuerdo de una estrella que la Señora Elvira siempre ponía en su árbol navideño, continúa con una bella leyenda de una mariposa que se enamora de una estrella y cerca del final, Clara al fin encuentra su Estrella (¡y no es un chico!) Fue una manera preciosa de representar la búsqueda de Clara.
A pesar de parecer una novela ligera, el libro realmente está muy bien escrito. Desde su uso precioso del acento tan familiar a mi oído: “—Pus que el crío no era de Nacho.” Hasta la formación fluida de los pensamientos internos de un señor mayor. “En un tiempo habría dado su mano derecha por su negocio, pero de repente, con la enfermedad encima, ni siquiera su fábrica de esferas le otorgaba lo que ansiaba: salud. Paz.” La autora usó bella prosa cuando señalaba ideas bellas, frases cortas cuando el personaje enfermo no podía registrar más, y como todo excelente escritor, hizo mucha referencia a otros autores maestros. De hecho, cada capítulo inicia con una cita, además de las frecuentes citas y referencias dentro de la misma historia. Disfruté mucho el buen uso de la lengua para enfatizar lo que se representaba.
Quizás mi cita favorita es cuando dos personajes hablan de la Navidad con perspectivas muy diferentes.
—Es una historia bonita que me ha hecho rico. Una virgen que concibe, ángeles cantando, todos felices. Adrián tragó saliva. Sus nudillos se blanquearon debido a la presión con que sujetó el manubrio.
—¿Un cuento feliz? — repitió con las palabras atorándose en su garganta—. Papá, ¿no has escuchado bien la historia? ¿De dónde sacas la felicidad de un cuento rosa? Es una historia trágica.
El libro parece ser una sencilla novela pero esconde tesoros de pensamientos entre sus páginas. Fue una historia que me cautivó y me llenó. Además, me dejó pensando.
Ya estaba oscureciendo y los vecinos se habían metido a sus casas. Por no dejar sola a su hermanita, Chuchito la había llevado a la tienda. Pero, la tienda estaba cerrada y no había conseguido la leche. Tendría que salir temprano para conseguirla antes de que se despertara su hermanita, tenía que estar allí para su tradición diaria. Cada mañana Chuchito se paraba al pie de la cama y cuando la niña despertaba, rodaba hasta caer en sus brazos. Así habían comenzado todos los días desde que ella tenía memoria. Mientras Chuchito calculaba el tiempo que necesitaría para salir, comprar la leche, hacer la avena y estar junto a la cama para el momento que despertaría la niña, algo interrumpió sus pensamientos.
Atrás de ellos se oían unos pasos.
Chuchito tomó la mano de su hermanita. Para no espantarla, sonrió y le dijo —¡Vamos a correr! Y llegando a la casa te doy una galleta óreo. —¡A la niña le encantaban esas galletas!
Cuando comenzaron a correro, los pasos tras ellos se aceleraron. Chuchito sacó una navaja que tenía en el bolsillo. Soltó la mano de su hermanita y susurró en su oído. —Unas carreras…¡a que te gano! —y la miró correr hacia la casa. Lo bueno que había dejado la puerta sin seguro. Justo a la vuelta de la esquina se detuvo y se volteó para enfrentarse con los pasos que le seguían. La mano con la navaja estaba a su lado, en las sombras.
Los pasos se acercaron, la persona venía casi corriendo, y de repente dio la vuelta a la esquina.
Chuchito dio un paso hacia adelante y chocó con tanta fuerza que tumbó el cuerpo ligero con el que se topó.
Y ahí frente a él en la banqueta estaba un chica. La chica comenzó a gritar y a alejarse de él sin si quiera levantarse.
—Perdón. —Chuchito rápido se metió la navaja al bolsillo y le extendió la mano pero ella se levantó de un brinco y comenzó a correr, todavía gritando.
Lo único que él alcanzó a ver fue la larga trenza que se movía mientras ella corría.
El piso del hotel tiene alfombra verde pino y como estoy cansada, me siento. Acomodo la canasta blanca llena de flores a mi lado. La señorita con tacones rojos y vestido plateado me ve y luego voltea con las dos que llevan vestidos verdes de gala igualitos. Parece que me va a decir algo pero se distrae cuando se oye música al otro lado de esas puertas grandes. Cierra los ojos un momento, luego sale corriendo hacia la banqueta, pero no sé porqué. No hay nadie.
Cuando regresa, sus chinos están todos despeinados. Como los míos. Toda la mañana estuve sentada en una silla grande junto a mi tía y las gemelas de verde en un lugar lleno de mujeres con uñas largas. Me hicieron chinos y luego se me despeinaron y me los volvieron a hacer. Eso pasó como tres veces. Me había cansado de estar sentada pero me dieron dulces y un peluche y estuve sentada otro rato más. Luego metieron mi cabeza debajo de una máquina que me echaba aire yestuve ahí mucho tiempo y cuando por fin salimos de ese lugar, me dijeron que no moviera la cabeza para que no se me despeinaran los chinos. A lo mejor esta señorita movió la cabeza demasiado afuera de la puerta.
Empieza a hablar en voz baja con las gemelas verdes, pero parece que está enojada.Las acomoda frente a las puertas. Suspira profundo y luego me mira.
—Ven.
Me levanto de mi lugar con cuidado para no pisar mi vestido de encaje y tomo la canasta con flores, antes de acercarme.
—¿Moviste mucho la cabeza? —Sonríe porque no me entiende.
—Mira ya casi es momento de que pases al auditorio. ¿Recuerdas lo que practicamos anoche?
Asiento con la cabeza. —Cuando abren las puertas van a pasar ellas dos, luego yo las voy a seguir. Todas tenemos que caminar lento. Y cuando llegue al frente, busco la moneda en el piso y me pongo allí, pero no me puedo sentar hasta que entre mi tía.
—¡Exacto! —Sus labios sonríen de nuevo pero sus ojos no. Me da un poco de miedo y miro a las de vestido verde. Ellas son mis amigas. Ellas me sonríen y veo las sonrisas en sus ojos. Les devuelvo la sonrisa y me pongo en mi lugar atrás de ellas. Todas volteamos hacia las puertas listas para caminar.
Justo al abrirse las puertas, la señorita me recuerda una última vez —Sonríe—.
Y al seguir a las gemelas verdes, me encuentro en un lugar muy grande pero no se ve tan grande como se veía anoche. Anoche era un espacio inmenso. Hoy está lleno de filas y filas de sillas con moños, listones y flores. Y mucha, mucha gente viéndome.
Doy mis primeros pasos hacia el frente. Procuro sonreír, pero sé que mi cara se ve como la de la señorita, con labios sonrientes y ojos serios. Miro hacia el frente. Allí están un viejito, mi tío y unos amigos de él. Él me mira y sé que está feliz. Me empiezo a sentir mejor ¡pero me doy cuenta que no estoy caminando lento! ¡Tengo que caminar lento! Y vuelvo a sonreír a la gente que me está mirando.
Por fin, llego al frente y busco la moneda. ¡Ése es mi lugar!
Volteo con mi tío otra vez. ¡Sigue muy feliz! Pero ya no me está viendo a mí. Está mirando hacia la puerta. La música que están tocando los de negro en una esquina se pone más lenta y más suave. Siento cosquillas en el estómago y suspiro profundo.
El viejito dice algo pero no le entiendo. Y todos se paran y voltean hacia atrás, hacia las puertas por donde entré yo con mis amigas de verde. ¡Ya no veo nada! La música sigue igual de suave y bonita pero aparte de eso hay un silencio intenso. Siento escalofríos en la espalda…¡todo está muy bonito! Luego se oye pasar un carro por la calle. Alcanzo a oír esos tacones rojos de la señorita que corre otra vez a la banqueta. Pienso en sus chinos, se van a despeinar más.
La música sigue pero la gente ya no está quieta. Algunos mueven los pies, otros voltean con mi tío, otros miran al suelo. Mi tío me mira, me cierra el ojo y le sonrío bonito. ¡Sé que va a estar contento porque ya viene mi tía y está muy bonita en ese vestido blanco y grandote! Luego, él mira hacia las puertas y yo también aunque me estorba la gente parada. Lo que sí puedo ver muy bien son sus rodillas y zapatos. Veo zapatos negros brillosos, tacones blancos y cafés, otros rojos también brillosos, veo unos azules con puntitos…
Me parece que los de negro en la esquina se emocionan porque comienzan a tocar la música más fuerte. Pero la gente ya no está poniendo atención. Están empezando a hablar entre sí. Una amiga de verde volteó a ver a su gemela. Mi tío ya no está sonriendo. ¡Y yo tampoco porque ya estoy cansada de estar parada!
No puedo sentarme hasta que entre mi tía… pero me duelen los pies. Levanto el pié para estar segura de que estoy en el lugar correcto y sí, allí está la moneda. Me siento en el escalón elegante. Acomodo el encaje de mi vestido y de mis calcetines. Mis zapatos son de los negros brillosos pero tienen perlitas blancas. ¡Son zapatos muy bonitos! Me doy cuenta de que estoy agachada ¡y no debo mover mi cabeza! Con cuidado me siento derechita para ya no mover la cabeza. No quiero despeinarme los chinos.
La música se acaba. Ya nadie está sonriendo, muchos están platicando entre sí y las gemelas verdes están mirando a mi tío… ¿están llorando? ¡Sí! Hay lágrimas en sus ojos. Mi tío suspira profundo. El viejito tiene una mano en su hombro. Veo a mi mamá sentada en la segunda fila, me está mirando y no se ve contenta.
¡Ay, no! ¡Todos se dieron cuenta de que me senté antes de que entrara mi tía! ¡Qué horror! Siento calor en mi cara y dolor en mi garganta. Me paro rapidísimo, pero sin mover la cabeza. Tengo un trabajo muy especial y no importa que esté cansada, no puedo sentarme hasta que entre mi tía.
Luego, se oye un carro que frena de repente. Corren de nuevo los tacones rojos de la señorita hacia la banqueta. ¡Sus chinos van a ser un desastre! Se azota una puerta, luego otra. Todos voltean hacia las puertas por las que entré. A lo mejor ya llegó mi tía. Yo no puedo ver nada entonces volteo con mi tío. Da dos pasos hacia la puerta y luego hace un sonido raro. —¡Ja! —Y de un brinco regresa a su lugar al frente. Los de negro comienzan a tocar música otra vez, música rápida y feliz. Todos empiezan a sonreír. ¡Mi mamá también! Y mi tío está llorando… no sé por qué.
Entre la gente, alcanzo a ver a mi tía que camina lento hacia mi tío. Tiene un velo blanco y ligero que cubre todos sus chinos amontonados. ¡Ella supo no mover la cabeza! Tiene en sus manos unas flores como las de mi canasta ¡pero son muchísimas! Y la sonrisa de ella sí está en sus ojos. Cuando llega al frente y toma la mano de mi tío, yo suspiro pero creo que muchos más suspiraron al mismo tiempo porque se escuchó muy fuerte.
Si hubieras estado allí esperando un tren esa tarde fría y húmeda, hubieras visto a un niño en shorts que permitían ver sus rodillas mugrosas y un sombrerito que cubría su cabello despeinado. Sus ojos cafés tenían chispas doradas que, en ese momento, ardían de coraje y desesperación. Por un momento parecía que lanzaría el violín al piso de concreto, pero su hermana tocó su su brazo.
—Tranquilo. Descansa. Luego intentamos el ejercicio otra vez— la suave voz de la adolescente fue interrumpida por una tos fuerte. —Sí te sale—.
Se parecían en los ojos. Tenían la misma forma, pero ya no había fuego en los ojos de la jovencita y el saludable tono moreno de su piel se había vuelto amarillento. Ella había podido tocar el violín con suficiente habilidad para agradar a los que pasaban. Las monedas que caían en el estuche del violín eran suficientes para comprar comida para ella y su hermanito cada día, a penas. Pero, ya no se sentía tan bien y no aguantaba los vientos crueles que corrían por la estación. Sólo podía estar allí unas cuantas horas al día. Y ahora le tocaba a su hermanito.
El niño suspiró y observó a su hermana quien había cerrado los ojos. Él sabía lo importante que era aprender a tocar el violín bien, hacer los ejercicios y buscar cada vez más claridad y control. Pero, él estaba cansado. Aunque ya estaría tomando la responsabilidad de alimentar a su pequeña familia, aún era un niño. Y quería jugar un ratito.
Levantó el violín de nuevo, ahora sin la firme expresión de dedicación en sus labios. No, esta vez, esos delgados labios con su tono azulado casi sonreían.
Sus manos volaron sobre las cuerdas. Su cuerpo completo comenzó a bailar. Y el violín empezó a cantar.
Cantaba acerca de días soleados y campos verdes. Cantaba de noches entre familia con caldo de res suficiente para todos. Cantaba de esos días que el niño ya no recordaba, pero su corazón sí.
Y sobre la pálida cara de su hermanita, se empezó a ver esperanza. Esperanza en su hermanito, porque cuando su hermanito tomaba el violín se oía algo especial. Ella tenía suficiente habilidad para saber que ella no pasaría jamás de una joven tocando en una estación de tren para ganarse unas monedas. Pero también para reconocer que a su hermanito algún día le llamarían un genio musical.
Cuando sus manos dejaron de bailar sobre las cuerdas, cuando había terminado de cantar acerca de esos campos verdes con abundancia de comida, la hermana mayor tosió de nuevo y abrió los ojos.
—¡Qué bonito tocaste! Ahora, vamos a empezar de nuevo con ese ejercicio, sé que esta vez sí te sale perfectamente.
Y el niño volvió a comenzar. Él practicaba sin reconocer lo que su hermana sabía.