Los 6 libros del 2022 para mí

Estos son los libros que tuvieron más impacto sobre mi vida este año. ¡Y sí cuentan como seis aunque el último viene en tres volúmenes! Si logras conseguir uno o más, espero lo disfrutes y te sea de tanto provecho como a mí.

  1. Alimentación Intuitiva de Evelyn Resch, ElyseTribole

Tema: Para la sorpresa de todos, hay bastante ciencia que apoya el concepto de HAES (Salud en todas las tallas). Este libro lo explica, junto con los principios para alimentarte de una manera natural, que restaura tu relación con tu cuerpo para que trabajes en conjunto con él y no en su contra en tu búsqueda de salud.

Cita: “Ya que somos una cultura que idolatramos al cuerpo delgado, rápidamente se vuelve una virtud el comer alimentos asociados con la delgadez y la falta de culpa.” 

2. El cuerpo humano de Bill Bryson

Tema: Es un análisis de qué sabemos sobre cada parte del cuerpo en lenguaje sencillo de entender. Es fascinante aprender sobre la creación del cuerpo humano y cómo lo diseñó Dios para funcionar de la mejor manera. 

Cita: Sin duda esto es lo más asombroso de nosotros: que somos simplemente una colección de componentes inertes, lo mismo que encontrarías en un montón de tierra.

3. Lo que Dios dice sobre el cuerpo de Sam Allberry

Tema: Un análisis de lo que enseña la biblia acerca del cuerpo humano. Es hermoso y profundo a la vez. 

Cita: “…ya estoy dejando atrás la flor de la vida. Pero, físicamente, los mejores días están por delante, no los he dejado atrás. […] puedo mirar hacia una eternidad en el que disfrutaré la nueva creación en un cuerpo resucitado.”

4. Survive or Thrive de Jimmy Dodd

Tema: Habla de las 6 personas que necesita un siervo del Señor a tiempo completo en su vida para ser una persona saludable: el jefe, el maestro, el entrenador, el consejero, el mentor y el amigo.

Cita: “Hay innumerables pastores en las profundidades de una crisis al parecer imposible de resolver, que necesitan urgentemente un momento de “mas Dios”. …Créeme que sin importar la profundidad de tus tinieblas, Dios puede traer la luz de la transformación.”

5. Find your people de Jennie Allen

Tema: Habla la importancia de vivir en comunidad (por cuestiones de salud espiritual, emocional y física) y explora cómo podemos hacerlo a pesar de que la vida moderna está diseñada para separarnos de otras personas. 

Cita: “No solo fuimos creados para comunidad, fuimos creados gracias a ella.”

6. El Señor de los Anillos

Tema: La única manera de vencer al Mal es destruir el anillo que forjó en el mismo volcán en el que se creó. Pero, para llegar, hay que pasar por muchas aventuras y batallas sin la seguridad de poder lograr el objetivo. 

Cita: “Muchos de los que viven merecen morir y algunos de los que mueren merecen la vida ¿Puedes devolver la vida? Entonces no te apresures a dispensar la muerte, pues ni el más sabio conoce el fin de todos los caminos.”

Reseña: El Señor de los anillos

¿Qué se puede decir de esta historia que no se ha dicho ya? Es una larga guerra entre el Bien y el Mal, es una aventura de aquellos que pelean por el Bien y descubren que el bien, aún en su forma más sencilla y pequeña, hace toda la diferencia. Tiene cosas hermosas y cosas horribles, tiene batallas entre enemigos y entre aliados también, tiene un amor que trasciende las edades y un par de personas pequeñas, nada impresionantes, que hacen su mejor esfuerzo por hacer lo correcto, por llevar a cabo su pequeña parte a favor del Bien y cambian la historia. Cabe mencionar que es un libro antiguo y por lo tanto tiene muchas largas descripciones que, para ojos modernos, pueden llegar a aburrir. Da lujo de detalle que permite formar un mapa mental, o que también interrumpe la historia, es parte de la experiencia.

Hay mucha hermosura y muchas verdades en esta novela épica. Sé que hay cristianos que prefieren evitar la historia porque contiene magia, monstruos y poderes sobrenaturales. A pesar de que respeto su opinión, no puedo estar de acuerdo. Este libro es arte en su forma más elevada. Refleja Verdades absolutas como: hay un Poder Bueno y un Poder Malo, los sacrificios personales por el bien común valen la pena, el compromiso con los amigos y la fe que se puede tener en ellos gracias a ese compromiso tienen un valor inestimable, cada pequeño paso hacia el Bien o el Mal es importante, ser tentado no es lo mismo que caer, el Bien aunque parezca verse amenazado, siempre, siempre, siempre triunfará. Estas verdades y tantas más se encuentran entre las líneas de diálogo y las escenas de batalla y las risas de los personajes. Y si notas algo con lo que no estás de acuerdo, eres mejor por haberlo observado y considerado. 

Este libro (dividido en 3 volúmenes, normalmente) es una fantasía épica. Si no te gustan las fantasías, probablemente no la disfrutarás. Pero, si te interesan en lo más mínimo, y estás dispuesto a dedicar tiempo a cambio de disfrutar joyas de literatura, ¡esta es la novela a leer!

Reseña: Una arruga en el tiempo

Esta es la historia de Meg Murry, una chica rara, introvertida, mala para todo menos las matemáticas, pero es la historia de Meg Murry, una genio para las matemáticas, con una fuerza de carácter extraordinaria que la lleva a enfrentarse con un Poder de la Oscuridad que ha secuestrado a su papá. Es una hermosa historia de fantasía y ciencia ficción que, como toda buena historia, refleja la Luz, la Verdad.

Es un cuento para niños que es tan complejo que muchos adultos se ven obligados a leerlo dos veces. Confía en la inteligencia y la fe del lector e ilustra la importancia de cada decisión a favor de la Luz por más pequeña e insignificante que sea la persona que la toma. Tristemente, en un momento clave, parece que la autora pone al Señor Jesucristo al nivel de otros líderes culturales, como uno que peleó por la Luz, en lugar de reconocerlo como la Luz misma. 

Este es uno de mis cuentos preferidos, no puedo más que recomendarlo como un cuento hermoso de 12 capítulos que probablemente querrás leer vez tras vez. 

La mujer de la voz encantadora

Nunca olvidaré el día que la vi por primera vez. Fue también la última.

Estaba caminando por la banqueta de una de las muchas colonias de Guadalajara que hace veinte años eran bellas residenciales, pero en donde, poco a poco, las viejas casas con sus amplios jardines se han convertido en oficinas, colegios y cafés. Por ahí de las cinco me encontré caminando por una calle tranquila, cubierta con la sombra de los árboles y tropezando con sus raíces que interrumpían el nivel de la banqueta.

Pasé frente a una casa vieja, aunque cuidada, con un jardín diferente a los demás. En lugar de pasto verde, el suelo estaba tapizado de pequeñas plantas y entre ellas había esparcidos algunos arbustos y varios árboles que daban un aire de misterio a los bajos arcos del patio.

Oí una voz cantando.

No era una melodía que yo conocía, pero tampoco sé mucho de  música… No pude sino detenerme. Y al detenerme, no pude sino notar que mientras el jardín estaba protegido por una reja de viejo hierro forjado y medio cubierto con una enredadera, en el lugar donde debería haber una puerta, no había nada.

La voz seguía cantando.

Di un paso hacia el espacio de la puerta y allí me paré, escuchando. El sol seguía brillando. A lo lejos, seguían pasando los camiones. Y aquí, la voz seguía cantando.

¡Ahí estaba! A unos cuantos metros de mí. ¿Por qué me interesaba tanto? Jamás me detuve a pensarlo. ¿Qué importaba si una voz bonita estaba lejos o cerca? Ni lo sabía, ni lo consideré. Esa voz que había detenido mis pasos ahora llenaba mis sentidos, no permitía entrar otro pensamiento, no había otro deseo más que el de acercarme a esa voz encantadora. Tomé un paso más. Adentro de ese jardín, el sol, ya no brillante, a penas se filtraba por los árboles alumbrando las plantas con una pálida luz como si fuera madrugada. De hecho, el ambiente también era fresco, como si a penas comenzara el día. A lo lejos, ya no se oían los camiones, sino una parvada de pajaritos en algún árbol u otro.

Y la voz seguía cantando.

Y por la ventana la vi.

La mujer de la voz encontraba frente a la grande ventana que daba hacia el jardín. Me acerqué a la ventana sin saber ni considerar si ella me vería o no. Y al detenerme justo afuera por fin la pude ver, sola en su sala. Una mujer en la flor de la vida. Cabello brillante. Ojos intensos. Mejillas redondas con un hoyuelo. Y una boca magnífica. Su figura estaba escondida entre capas de tela oscura… quizás azul marino, pero se veía esbelta y fuerte. Solo alcanzaba a ver una mano delicada que extendía de repente, a veces en súplica, a veces en triunfo.

No me moví. No sé cuánto tiempo la observé. No sé cómo no se dio cuenta de que yo estaba allí. O quizás sí sabía. A lo lejos, como si no importara, noté que la luz del sol comenzó a llenar el jardín. Los pajaritos ya no se oían, pero unas abejas pasaron zumbando cerca de mi cabeza.

Y la voz dejó de cantar.

Cuando la última nota suave de su voz cedió al silencio, cruzó la sala lentamente y desapareció por un pasillo. Mientras esperaba su regreso, porque no me podía ir sin volverla a ver, observé el lugar que me rodeaba. Una vez adentro, el jardín se veía bastante ordenado, con filas de plantas pequeñas de diferentes tonos, los árboles y arbustos estaban en lugares estratégicos que bloqueaban la vista a cualquiera que pasara frente a la casa. El patio en el que me encontraba, reflejaba el diseño de las grandes ventanas en forma de arco y enmarcadas de tabique rojo. Cuando ella estaba cerca, todos estos detalles eran irrelevantes, pero en su ausencia, cada uno ahora me hablaba de ella, representaba su gusto, su toque.

El sol estaba en su auge, azotándome con calor aún en ese oasis. Hasta las abejas habían abandonado su trabajo y reinaba el silencio.

Y luego, ella regresó.

De inmediato volví mi atención a aquella que me había sacado de mi mundo y me había traído a este paraíso. Entró a la sala cargando una bandeja con unas tazas y servilletas. También, se había recogido el cabello pero… ¿qué era eso? ¿Eran canas?

Imposible. La acababa de ver. Joven. Brillante. Sin una sola señal de la edad. Seguí observándola, preguntándome si vería cualquier otro cambio y sí, allí estaban. Su cabello no era lo único que había perdido color, sus mejillas tan redondas y saludables hace poco, ahora eran más pálidas, esos labios hermosos estaban rodeados de líneas de sonrisa, sus ojos tan brillantes también mostraban señales del paso de los años. Pero, ¿cuáles años? Sí, quizás había pasado más tiempo aquí de lo esperado pero… la acababa de ver hacía apenas unos minutos.

La mujer encantadora se sirvió un té, se sentó en el sofá y tomó un libro de la mesa de centro. Quizás ella también disfrutaba el sonido de su voz porque comenzó a leer en voz alta. Y de nuevo quedé cautivado por la música. Cierto, ya no estaba cantando, pero su voz convertía el texto en poesía. El tiempo voló, así como lo había hecho cuando la escuchaba cantar. Cuando cerró el libro, suspiré y miré a mi al rededor, no sé por qué. Quizás buscaba a alguien más que se maravillara conmigo de la belleza de su voz, pero lo que vi fue un jardín por la noche. Los grillos habían comenzado su canto, los mosquitos ya me rodeaban. Arriba, las estrellas brillaban ¡como si pudieran competir con los ojos de aquella mujer! Y cuando regresé la mirada a la sala para volver a admirarla, ¡ya no estaba!

¿A poco ya era hora de dormir? No, solo había llevado la bandeja con las tazas (nunca había usado la segunda). Comenzó a  recoger y a reacomodar todo lo que durante el día había usado. Un cojín acá. Una mesita allá. Me llamaron la atención sus manos. Estaban arrugadas… titubeé antes de volver la mirada a su cara. No quería verlo, pero no pude sino reconocer que ahí también toda una vida había dejado sus estragos. El brillante y profundo color de su cabello ya escaseaba entre las canas, su tez se había vuelto totalmente pálido y su cuerpo, antes erguido y elegante, ahora caminaba, aún con gracia, pero encorvado. Con la noche había llegado su vejez.

Sentí un vacío tremendo. ¡Solo un día! Solo había pasado un día con ella, escuchándola, mirándola ¡y no era suficiente! ¿Y ya la iba a perder?

Sí, de repente alzó una mano temblorosa a su frente y se sentó de golpe en el sofá. Ese sofá que había sido su trono, ahora sería su lecho. No se detuvo a apagar la lámpara, simplemente se acostó. La luna se escondió detrás de una nube y yo comencé a llorar. Entre mis lágrimas la miré, queriendo implantar en mi memoria cada detalle. No había perdido su aire de reina, solo que ahora se veía cansada. Sus ojos, rivales de las estrellas, se habían escondido detrás de sus párpados.

La voz había callado.

No sé cuánto tiempo pasé de luto. La luna salió, fríamente alumbrando el jardín. Las estrellas lucieron más brillantes. La brisa de la madrugada me rodeó con sus brazos helados.

De repente, mi vida, la realidad afuera del jardín, llenó mis pensamientos como una sombra vacía. Tendría que salir de aquel lugar encantado y enfrentarme con una larga vida sin su voz, sin su belleza, sin su presencia.

Volví a llorar.

Lloré porque nunca volvería a oír esa voz cantando. Lloré porque nunca más observaría su belleza. Lloré porque el mundo ni sabía lo que había perdido.

La pálida y fresca luz del sol secó mis lágrimas. Ya no me quedaba opción. Ya no había por qué quedarme en ese lugar encantado. Miré el jardín, aún oscuro en la tímida luz de la mañana. Miré el cielo, lleno de tonos de blanco, azul y naranja. Pero, no pude mirar hacia el sofá. Mi corazón seguía quebrantado. Lentamente, me dirigí hacia el espacio en la reja donde debía haber una puerta. Luego, me detuve. ¿Cómo salir de ahí sin un último vistazo?

Respiré profundo y un segundo antes de dar el último paso hacia afuera, miré por última vez a la mujer de la voz encantadora.

Justo en ese momento, los rayos del sol entraron por la ventana de la sala. Y ahí, alumbraron a una figura puesta en pie. Una figura hermosa, brillante, elegante que me miró a los ojos, sonrió y, llena de vida, comenzó a cantar.

Un acontecimiento inevitable

—¡Berenice! Métete a la casa!

Ella pegó un brinco al oír el grito de su esposo. Solo había una razón por la que Lalo jamás le alzaría la voz Dejó caer la escoba y corrió hacia la puerta de su casa. Justo en ese momento, Lalo rodeó la esquina de la casa y corrió hacia ella. Tenía terror en sus ojos. Berenice dejó la puerta abierta, pero para su sorpresa, Lalo apretó los labios y cerró la puerta, quedándose afuera.

—¡Ponle seguro!

—Pero, Lalo, ¡métete! ¡Te va a alcanzar!

—¡Ponle seguro a la puerta! Mi plan es atraerlo al campo. Ahí puedo enfrentarme con él sin que él lastime a nadie más.

—Lalo, ¡no! ¡Tú solo no!

—¡Si no lo haces, aquí me voy a quedar hasta que llegue!

Frente a esa amenaza, Berenice se rindió. Aseguró la puerta y escuchó los pasos de Lalo irse hacia el campo atrás de la casa.

Y minutos después, unos pasos muy pesados atravesaron su patio. Cayó una sombra fría sobre la casa y luego desapareció.

Berenice pasó horas sola. Esperando. Orando. Preocupándose y volviendo a orar. ¡Lalo, solo! ¡Lalo, sin ella! Observaba pasar los segundos en el reloj de la cocina y recordaba cada momento de esa mañana, procurando cambiar los sucesos, cambiar su reacción, cambiar el resultado, hacer que Lalo estuviera allí con ella.

Al fin, el reloj marcó la hora de actuar. Lalo aún no había regresado y ella siguió el plan que juntos habían diseñado para un día como este. Tomó las dos mochilas que ya estaban listas en el clóset y la llave de la casa. Con cuidado aseguró todas las ventas y la puerta principal, luego salió por la puerta trasera. En el patio de atrás, no quedaba indicio de lo que había pasado esa mañana. Y no estaba Lalo. Berenice respiró profundo y luego, se dirigió hacia el punto de reunión: una cueva en el bosque, que también era su casa de seguridad.

Caminó rápido y en silencio y dentro de unos minutos, llegó al bosque en donde se oía el cantar de los pájaros y los grillos. Siguió el pequeño camino que sólo identificaban los nativos del área, sus pasos no sonaban en la tierra, aunque los daba firmes y con propósito. Había recorrido un poco más de la mitad del camino hacia la cueva, ya los grandes árboles se estaban quedando atrás, su camino la llevaba por la colina entre rocas cada vez más grandes, y de repente, algo cambió en el ambiente. Se oían menos pájaros, pero había algo más. Se detuvo un segundo. No se permitió ni respirar.

Y fue cuando los escuchó a lo lejos: ¡pasos atrás de ella!

Comenzó a correr.

El terreno rocoso era peligroso. Las piedras se deslizaban bajo sus pies. Ya no podía progresar en secreto. El ruido de las piedras, junto con su respiración pesada, gritaban su posición a los cuatro vientos. Comenzó a sentir el frío. La sombra del    monstruo     aún no la tocaba, pero el frío ya se acercaba. ¿Cómo era posible que fuera más grande que hace unas horas?

Berenice se había quedado sin aliento. Algo le quemaba en los pulmones y en las piernas, también. Escuchó los pasos del    monstruo    , cada vez más pesados, cada vez más largos.

La cueva ya no quedaba lejos, pero ¡necesitaba a Lalo! ¡Ya no podía más!

Justo en ese momento, salió Lalo de detrás de una roca, aún con terror en su rostro. Tomó la mano de Berenice y juntos comenzaron a correr.

—¡No te detengas! Sí alcanzamos a llegar! —Lalo estaba gritando de nuevo.

Berenice a penas tuvo la energía para contestar. —No puedo… tú sí… sí llegas…

La respuesta de su esposo solo fue apretar los labios. Su sugerencia había caído sobre oídos sordos. ¡Lalo jamás la dejaría ahí afuera con…esa cosa! Y el calor de la mano de su esposo le infundió ánimo. Esos pasos horribles ya no se oían tan cercanos y parecía que el frío también se estaba desvaneciendo un poco.

Al fin, llegaron a la entrada de la cueva. La puerta tenía un seguro especial que sólo abría con dos llaves y cada quien llevaba una. Sus manos temblaban y con dificultad metieron las llaves a los seguros, pero cuando lo lograron, se abrió la puerta fácilmente y en silencio. En cuanto la cerraron tras ellos, salió a la vista el que los perseguía. Se aprovecharon de las ventanas escondidas para observarlo mientras pasaba. Berenice quedó boquiabierta de terror y asco, pero Lalo no pudo con el espectáculo horrible y bajó la mirada antes de que siquiera desapareciera entre las rocas.

Era un monstruo.

Era Lalo. Pero, no el Lalo que Berenice conocía. Ni el Lalo que Lalo mismo reconocía. Era una figura de Lalo, una parte o quizás una copia, mal hecha y estirada y exagerada hasta ser irreconocible, aunque tuviera las mismas facciones.

Cuando Berenice dio la espalda a la ventana, con un suspiro de alivio, vio a su esposo, agachado en el piso, cubriéndose la cara con las manos. Y en el tenso silencio, se comenzaron a oír unos sollozos que partían el alma.

Berenice no tenía palabras. Mientras corrían juntos, él había sido el fuerte, el protector, el que la tranquilizaba. Pero, ahora… se acercó con Lalo, se sentó en el piso de la cueva y lo abrazó.

Pasaron las horas. El cielo afuera oscureció. Salieron las estrellas. Y Lalo comenzó a tranquilizarse, recargándose cada vez más en los brazos de su esposa.

Cuando por fin se recuperó, Lalo se enderezó y tomó las manos de Berenice: —Amor, lo siento mucho. ¡Lo siento tanto! —Berenice quiso interrumpir para consolarlo pero él siguió hablando y el pánico regresó a sus palabras—. ¡Es que nos va a destruir! ¡Y es mi culpa! Nos va a cansar o nos va a destruir…¡a menos de que lo podamos encerrar de nuevo! No sé cómo decirte lo mucho que lo siento. —Las lágrimas corrían de nuevo por las mejillas de ambos, pero, Berenice estaba sonriendo.

—Te creo, cariño. Mira, ya estamos juntos y por eso mismo él no podrá alcanzarnos. Tú y yo, juntos, somos demasiado fuertes para él. Eso de que tú me dejes en la casa y salgas a vencerlo solo no se vale, ¡eh! Juntos podemos hacer lo que jamás podríamos separados. Te amo, Lalo.

Lalo se limpió las lágrimas pero tenía el ceño fruncido: —¿Cómo sabes? —Berenice señaló la ventana y fueron para asomarse.

Ahí, afuera de la cueva estaba el monstruo. Pero, ¿cuál monstruo? Seguía siendo una extraña y torcida copia de Lalo, pero su ferocidad había desaparecido. Su fuerza, desvanecida. Estaba dando vueltas a una roca lentamente como confundido.

—Cuando estamos separados, él es lo peor que nos puede pasar. Pero, estamos juntos y… ¡pues, míralo! —Berenice sonrió, suspiró y sonrió de nuevo. Lalo la abrazó. Luego, tomó con una mano, las cadenas que estaban en la cueva justo para eso, con la otra, tomó la mano de su esposa y salieron juntos de la cueva.