¿Qué se puede decir de esta historia que no se ha dicho ya? Es una larga guerra entre el Bien y el Mal, es una aventura de aquellos que pelean por el Bien y descubren que el bien, aún en su forma más sencilla y pequeña, hace toda la diferencia. Tiene cosas hermosas y cosas horribles, tiene batallas entre enemigos y entre aliados también, tiene un amor que trasciende las edades y un par de personas pequeñas, nada impresionantes, que hacen su mejor esfuerzo por hacer lo correcto, por llevar a cabo su pequeña parte a favor del Bien y cambian la historia. Cabe mencionar que es un libro antiguo y por lo tanto tiene muchas largas descripciones que, para ojos modernos, pueden llegar a aburrir. Da lujo de detalle que permite formar un mapa mental, o que también interrumpe la historia, es parte de la experiencia.
Hay mucha hermosura y muchas verdades en esta novela épica. Sé que hay cristianos que prefieren evitar la historia porque contiene magia, monstruos y poderes sobrenaturales. A pesar de que respeto su opinión, no puedo estar de acuerdo. Este libro es arte en su forma más elevada. Refleja Verdades absolutas como: hay un Poder Bueno y un Poder Malo, los sacrificios personales por el bien común valen la pena, el compromiso con los amigos y la fe que se puede tener en ellos gracias a ese compromiso tienen un valor inestimable, cada pequeño paso hacia el Bien o el Mal es importante, ser tentado no es lo mismo que caer, el Bien aunque parezca verse amenazado, siempre, siempre, siempre triunfará. Estas verdades y tantas más se encuentran entre las líneas de diálogo y las escenas de batalla y las risas de los personajes. Y si notas algo con lo que no estás de acuerdo, eres mejor por haberlo observado y considerado.
Este libro (dividido en 3 volúmenes, normalmente) es una fantasía épica. Si no te gustan las fantasías, probablemente no la disfrutarás. Pero, si te interesan en lo más mínimo, y estás dispuesto a dedicar tiempo a cambio de disfrutar joyas de literatura, ¡esta es la novela a leer!
Faldas cortas para mentes largas de Diana Giraldo fue publicado por la Editorial Letra Minúscula en noviembre del 2020. Conseguí la versión electrónica y lo leí en un par de días. Los cuentos cortos de esta autora resultaron adictivos, están bien escritos y te cautivan desde el inicio de cada uno.
Siento un conflicto acerca de este libro. La autora nos dio unos cuentos extremadamente bien escritos. Me llevaron a la vida y situación de cada personaje. Me llenaron de lo que sentía cada una: ira, resignación, orgullo… y de ahí mi conflicto, porque pocas veces sentí esperanza. Dicho eso, en estos cuentos veo reflejada a mi amiga, a su tía, a una prima… La autora logró plasmar la vida como es, especialmente para la mujer en latinoamerica, y lo hizo muy bien.
Los cuentos están organizados en categorías dependiendo del tema: Resignadas, Sueños, Maternidad, Liberación, Hombres, Propósito y Complejidades. La colección de citas, refranes, preguntas y poemas al inicio de cada categoría delata que estos cuentos no se tratan de entretenimiento, sino que fueron escritos para hacernos reflexionar.
Entre los cuentos sobre mujeres resignadas, hay uno sobre varias mujeres que quedaron embarazadas, engañadas por un hombre ya casado:
“La madre del niño se llenó de valor y caminó como pudo, por las calles de la vida tomada de la mano de su bendición. Así lo hizo. Por pura dignidad.”
En la categoría de Sueños, encontré el inicio de la historia que más disfruté. La historia de una mujer que pasa la vergüenza de que su sobrino eligió una chica no digna de él.
“Preciso, mi sobrino se casó con una doña nadie, una muchacha joven pero sin apellido, sin familia, sin belleza, sin riqueza… y yo me voy a encargar de arreglar a la esposa para presentarla ante la sociedad. Qué estrés, arreglar a alguien que no tiene arreglo para que quede aceptable.”
La historia termina en la categoría de Liberación con el punto de vista de la nueva esposa, en un cuento llamado “La fea”.
“Y fue el tiempo, el que le permitió ver en el espejo su belleza, los logros alcanzados, las cualidades que la hacían única e irrepetible… descubrió… su fuerza.”
El libro termina con una carta a la lectora. Las lecciones sobre cobrar fuerza, salir adelante, esperar un mejor futuro, etc. que la autora desea que aprendamos se encuentran allí, de manera muy clara. Sin embargo, muchas personas no leen los prólogos ni las introducciones y me temo que tampoco leerán esta carta de la autora al final del libro; es por eso que me hubiera gustado ver más esperanza en los mismos cuentos.
Este estilo de obra es precisamente el que disfruto más: descripciones de la vida cotidiana que te llevan a experimentar lo que vive el protagonista. Y el talento de la autora es evidente en la forma en que me hizo sentir lo que experimentó cada protagonista. Quizás no encontré mucha esperanza en los cuentos porque muchas mujeres así viven su vida… sin esperanza. Pero, en mi opinión, un libro cristiano precisamente de eso se trata: de señalar la esperanza que tenemos en Cristo, sin importar las circunstancias. Es es la única, gran falla que tiene esta colección de cuentos tan bien escritos.
—Es que cada puerta es una visión, una posibilidad… lleva a algo diferente.
—Nunca había pensado en lo que una puerta pudiera simbolizar. Pero, no, la verdad no me gustan las puertas. No creo que puedan ser algo que te puedan gustar. Simplemente son. Como una pared o una ventana.
—¿Y no sientes nada sobre paredes y ventanas? —Me reí. —¡Yo sí! Mira, una ventana es algo maravilloso. Da alas a tu imaginación porque te permite ver al menos una parte de un lugar diferente al lugar en el que estás. Te permite ver otra perspectiva e imaginarte lo que sería estar o vivir en ese otro lugar. Hay ventanas pequeñas que solo permiten un vistazo. Hay ventanas con vidrio estampado que solo permiten una vaga idea de lo que hay del otro lado. Hay ventanas inmensas que prácticamente te ruegan que te eches un clavado en la otra realidad. Hay ventanas abiertas por las que entran brisas del mar y ventanas cerradas con protecciones que insinúan los peligros del mundo afuera. Las ventanas son maravillosas. Pero, aun así, no siento la pasión por las ventanas que siento por las puertas. —Los ojos de César ya estaban medio cerrados. Estaba aburrido.
—Olvidaste darme tu opinión sobre paredes.
—Puedo ver que no te interesa. Además, no es tanto mi opinión como… lo que siento. Una opinión es un poco más fría. —Me volteó los ojos.
—Ya hasta opinión sobre las opiniones tienes. —Me sentí herida. ¿Por qué había intentado explicarle lo que significaban las puertas para mí? Miré hacia abajo, hacia mis tenis rojos que hacían contraste con el concreto gris.
Pero, como siempre, no pude resistir la fascinación de la puerta y comencé a mirarla otra vez. ¡Es que era bellísima! Era un arco, de cantera grabada con figuras de flores que con los años habían comenzado a desvanecer. La madera de la puerta en sí también había comenzado a deteriorarse. En algún momento habían pintado la madera de azul, pero la lluvia y el sol habían dejado solo rastros del color sobre las tablas ahora grisáceas. La chapa era una obra de arte de hierro forjado. Encantadora, ¡toda una escultura!
Y entre las tablas rotas de la puerta, se veía una casa antigua en ruinas. Las paredes se estaban cayendo y plantas habían traspasado el piso para crecer en los pasillos. No se alcanzaba a ver mucho más… los rayos de sol que lograban penetraban los cuartos a través de un techo descuidado. El nido de una golondrina en la esquina del patio. Y las sombras de una vida feliz y trágica, activa y tranquila, única y ordinaria que allí habían experimentado las generaciones de antaño. Había todo un mundo detrás de esa puerta.
El muchacho me miró caminando por la calle empedrada y me ofreció su brazo. Me apoyé en él, pos porque ya no camino como antes, ni miro como antes y me puedo tropezar. Ese muchachito que acababa de comprar la casa de Goyo. No me conocía muy bien, pero muy respetuoso, él. Y yo soy de allí, de San Esteban. Tengo 75 años en la misma casa, en el mismo terreno de mi pa.
Me miró quién sae cómo… alamejor con tristeza o compasión… Pues, es que ya no stoy tan fuerte como antes, como él. No… de joven yo también caminaba derechito y con los hombros hacia atrás. No es por nada, pero sí me miraba muy bien, yo. Y más cuando me ponía mis botas vaqueras con mi cinto de cuero los domingos pal baile. Sí, en esos días yo caminaba derechito como él.
Saludamos a la nieta de mi compa Moncho. Ramón, pues, se llama, pero desde chiquillo le decíamos Moncho. Se me hace bonito que este muchachito salude a todos tan amable aunque no sea de aquí. Bueno, saludó más amable a la chiquilla que a doña Angelita, la de la tienda… pero, pos, ¿quién no? Doña Angelita de angelita no tiene nada… es bien gruñona. Y la muchachita esta…uufff…se parece a su abuela, Carmela. Ay, Carmela era una hermosura cuando Moncho y yo andábamos atrás de ella, los dos. Al final, se decidió por Moncho y pos, qué le íbamos a hacer. Me dijeron que me fuera pal norte y que con los dólares me la ganaba pero pos no le iba a hacer eso a mi compa. Moncho siempre fue bien derecho conmigo y yo con él, aunque los dos quisiéramos a la misma mujer. Pero sí… volvió a salir la hermosura pura de Carmela en su nieta y pos como que mi vecinito nuevo se dio cuenta.
Llegamos cerca de la casa. Goyo y yo construimos nuestras casas casi pegadas. Se me hizo bien triste cuando Goyo se murió y pos sus hijos ya no quieren regresar a San Esteban. Ellos se fueron a vivir a colonias más modernas con nombres elegantes como la Ciudadela y los Prados del Fresno o sabe qué árbol. Extraño al Goyo. Ya casi nadie queda que vivió lo que nosotros vivimos. Nadie se acuerda de cuando pasaban los revolucionarios a llevarse a los hombres a pelear y las mamás escondían a sus chamacos. Ni de cuando se acabó la guerra y nos empezaron a repartir los terrenos que ahorita ya todos vendieron a gentes que vinieron a poner casonas y tiendas en vez de tener parcelas y animales. Y pos está bien tener lugares bien bonitos pero, yo digo que ¿qué tenían de malo nuestras casitas? Miro a la gente igual de feliz o hasta menos felices que uno… y pos yo con Goyo siempre platicaba de esas cosas. Ora… ¿con quién voy a platicar? Este vecinito ya me viene diciendo cómo quiere mejorar la casa y pos yo pienso que no le interesa saber de nuestra vida antes, cómo era y cómo salimos adelante.
Le voy a dar las gracias al muchachito por ayudarme y ofrecerle un vaso de agua. No creo que se quede a platicar. Yo siento que tiene ganas de meterse rápido a su casa, siempre dice que tiene mucho trabajo por interné. Yo me acuerdo de cuando nos sentábamos afuera de las casas a platicar y es cuando más extraño a Goyo y a mi Ofelia. Carmela me rechazó, pero Ofe sí quiso conmigo y fue la mejor mujer que conocí. Siempre me trato bien mi Ofelia y cuando no, pos era bien merecido. Y platicábamos con Goyo y su mujer afuera de la casa en las sillas que Ofe tejía. Pero, si le ofrezco una silla y un vaso de agua a este muchachito no se queda porque tiene bien mucho trabajo.
Mi casa sigue de la de Goyo… pos ya no de Goyo, ¿verda? Ora ya es casa de este muchachito…¿cómo se llamaba? Ricardo. No sé si ya se cansó de ayudarme a caminar. Es que ya no camino como antes, ni miro como antes. Yo me venía por estas calles cuando eran de tierra. Caminaba derechito y a veces andaba a caballo por aquí y pos, me decían que bien galán. Pero… ya no. Ya estas calles son para Ricardo y los demás jovencitos. Ya no son mi calles.
Fue uno de los únicos amigos que me cayó bien desde la primera vez que lo vi. Las amistades tienden a desarrollarse con el tiempo. Pero este amigo era diferente. Desde el primer momento, me habló con la confianza de toda una vida de amistad.
—¡Qué increíble! —Lo volteé a ver.
—¿Qué?
—Pues… cómo te trató. No estuve escuchando a propósito pero sí te alzó la voz y alcancé a oír lo que te dijo. ¿Cómo se atreve a tratarte así? No es justo.
A pesar de que se había metido a mi conversación, tuve que darle la razón. El cliente me había tratado bastante mal. Y realmente sin razón, porque la confusión no había sido mi culpa.
—No te mereces ese trato. —Mi nuevo conocido interrumpió mis reflexiones—. No es tu culpa y no tienes por qué soportar sus berrinches. —De nuevo, asentí. Y desde ese instante fuimos amigos, una de esas amistades que se vuelven cada día más inseparables.
Sus comentarios me hacían sentir mejor en situaciones difíciles.
—Oye, no tiene por qué hablarte así —cuando un cliente era demasiado exigente.
—¿En serio? No puedo creer que te acaba de decir eso —cuando mi hermano se molestaba conmigo.
—¿Cómo se pone a criticarte cuando todos sabemos que ella ni atiende bien a su familia? —cuando una conocida chismeaba sobre mis amistades.
Y comencé a tomar más confianza al entrar en conflictos. Me hizo reconocer que, a final de cuentas, mi opinión también era importante. Otros debían tomarme en cuenta.
Con la ayuda de mi nuevo amigo, comencé a expresarlo.
—¡Oye! Yo también soy un ser humano. No tienes por qué tratarme mal —cuando me alzaban la voz.
—¿Qué te pasa? ¿No ves que aquí estoy? —cuando alguien se metía a la fila.
—¡Soy igual de importante que tú! ¿Por qué siempre tenemos que hacer lo que tú quieres? —cuando nos juntábamos los amigos.
Más que todos, este amigo me ponía como prioridad, este amigo sí me estimaba.
Tristemente, nuestra cercana relación parecía alejar un poco a los demás, pero como solíamos consolarnos: —No es culpa nuestra si ellos no quieren darnos la prioridad.
Al crecer nuestra amistad, se distanciaban cada vez más, no solo mis amigos, sino también mi familia. Me hirió esto y procuraba hablar con ellos.
—¿Por qué ya no me quieres ver? —les preguntaba. Y cuando me respondían dando malas excusas como diferencias de intereses, mi amigo me defendía.
—¡Si realmente te importáramos, harías lo que nosotros queremos hacer!
Con el tiempo, vi que realmente nadie quería darme mi lugar y la vida era más sencilla sin ellos. Yo tenía el amigo perfecto. Y este amigo sería suficiente.
Dejé de buscar a los demás, dejé de reunirme tanto con la familia. Salíamos solo mi amigo y yo. Conversábamos felices.
—¿Viste eso? Tenemos que decirles que sus malos modos no son aceptables.
—¿Qué le pasa? ¿Qué tengo cara de que quiero hablar con cualquier callejero que se me presente pidiendo atención y dinero, aparte?
—¡No saben con quién se meten!
La compañía de mi amigo me fue suficiente durante mucho tiempo. Lo tenía que ser porque los demás ya no me buscaban, ni yo, a ellos. Hasta el día en que me enfermé.
Mi amigo no me dejó, pero fue la primera vez en todo ese tiempo que mi familia se me acercó. Mi mamá me traía consomé, mi hermana me prestaba libros, mi papá y mis hermanos traían películas y juegos de mesa para cuando tuviera suficiente energía. Y mi amigo nunca dejó mi lado.
—¿Por qué te molesta con sus sopitas y atenciones?
—¡Qué libros tan aburridos! Ni conoce tus gustos.
—¿Qué no saben que necesitas descansar?
Y por primera vez, sus comentarios comenzaron a irritarme. Mi familia estaba expresando cariño, me estaban cuidando y él solo se quejaba de lo que hacían. ¡Se molestaba con ellos! Entre las atenciones de mi familia y las críticas de mi amigo medité en nuestra amistad. Poco a poco, me fui recuperando y, mientras tanto, repasé todo el tiempo que había pasado con este amigo: todos sus comentarios, todo lo que me animaba a hacer y a decir. Me di cuenta que mi familia y amigos no me habían dejado de buscar porque no me querían, sino porque mi amigo se enojaba con ellos y lo mostraba. Y yo, tomaba su lado. Reaccionaba igual que él, le daba la razón porque sentía que me defendía. Desde el inicio de nuestra amistad, yo ya no me tomaba el tiempo ni hacía el esfuerzo de entender a otros, de preguntar sobre sus motivaciones… simplemente llegaba a conclusiones, al igual que mi amigo, y me alejaba con enojo.
Quise hablarlo con mis papás, pero mi amigo no dejaba mi lado ni por un segundo. Siempre estaba allí, siempre listo, siempre a la defensiva. El día llegó cuando tuve que reconocer que no podría tener una relación buena con nadie hasta que este “amigo” se retirara de mi vida. A pesar de todo lo que según había hecho por mí, solo me perjudicaba.
Ya me estaba sintiendo mejor y recobraba mis fuerzas cuando decidí que había llegado el momento. Esa tarde, mi mamá y hermanito venían en camino para traerme de comer y quería quitármelo de encima antes de que llegaran.
Volteé con mi amigo, que seguía a mi lado.
—Sé que tú piensas que eres buen amigo, pero lo único que has logrado es alejar a todos los que me aman. Durante nuestra amistad, me he convertido en una persona difícil, una persona que me avergüenza. ¡No! No me interrumpas, por favor. He buscado la manera de mantener nuestra amistad y a la vez restablecer todas mis otras relaciones, porque sí te tengo cariño, pero lo veo imposible. Necesito que me dejes. Ya no podemos ser amigos.
Después de unos momentos incómodos, en los que me sorprendió con una mirada de odio, Ira se levantó y me dejó.