Mi Dios, te pregunto a veces ¿Por qué, oh, Señor? Esta tragedia. La dificultad. ¿Por qué me llevas por el valle, valle de la sombra de muerte? La fría crueldad de la tormenta entra a mi alma. Y ¿por qué hay tanto qué sufrir? Pero, hoy, mi pregunta es otra. ¿Por qué no, Señor? Yo ya no sufro. Pero otros sí. ¿Por qué, para mí, la tormenta desvaneció como la niebla? Cuando alrededor veo tragedias, valles de sombra y ¿por qué a mí no me tocó?
el sufrimiento
el contentamiento
Enséñame el contentamiento. Cuando todo es abundante, mis manos, llenas de bendiciones. Tengo todo lo que necesito también unos cuantos lujos, además, Cristo, conmigo, y rebosa mi corazón. Enséñame el contentamiento. Enséñame el contentamiento. Cuando carezco de tanto… y mis manos, esperando vacías, ni siquiera lo que necesito, mucho menos ciertos lujos. Pero está Cristo conmigo. y Él llena mi corazón. Enséñame el contentamiento.
Mi gran propósito
Mi gran propósito es ser como Cristo. Y todo lo que Dios trae a mi vida— las bendiciones y tribulaciones, cada lucha, maravilla o triunfo— son simples herramientas en sus manos, en manos del carpintero perfecto. Y cortan, aplanan, lijan y pulen, y al fin, mi alma, hermosa y útil, reflejará en sus brillantes facetas a Aquel que con tanto amor la labró.
Las manos

Manos abiertas, Dios las llena. Manos cerradas, Dios no obliga.
Manos abiertas todo reciben, todo entregan.
Rebosando, bendiciones dan a otros.
Luego ofrendan sufrimientos al Señor.
Manos abiertas Dios las llena. Manos abiertas ¡viven todo!
Manos cerradas Dios no obliga, nada reciben.
No sacrifican, ni comparten, nada sufren.
Miserables, nada tienen, nada dan.
Manos cerradas Dios no obliga. Manos cerradas nada viven.
Manos abiertas, Dios las llena. Manos cerradas, Dios no obliga.
El sufrimiento: la puerta al gozo
“Cualquier cosa, si se entrega a Dios, puede ser tu puerta al gozo.” —Elisabeth Elliot

Como esta autora es una de mis héroes, esta frase me es muy conocida, pero últimamente ha sido un tema recurrente. Algo similar surgió en una conversación con mi esposo anoche. Y hace poco leí en un libro devocional, “Aunque no tenga el privilegio de ser crucificado, de ser martirizado de manera literal para Dios, sí tengo el privilegio de ofrecerle lo que sea que Él me ha dado.”
Esta verdad le da un propósito especial a cada cosa que llega a la vida.
Si pasas años soltera, deseando un marido, esa soledad puede ser una ofrenda a Dios. Si Dios te llama a ir lejos de tu familia, puedes recibir las dificultades del choque de culturas como algo para ofrecerle en ofrenda. Si vives con una enfermedad crónica, puedes poner tu sufrimiento físico sobre el altar de tu vida como ofrenda a Dios.
Puedo dar todo lo que llega a mi vida en ofrenda a Dios.
Puedo llevar ante Dios en oración lo que estoy sufriendo, no solo para desahogarme, sino también para dejarlo a sus pies en sacrificio. Para aceptar que Él permitió que esto entrara en mi vida. Para reconocer que si lo dejo en Sus manos, lo usará para bien.
Cristo fue nuestro máximo ejemplo de esto, obviamente, porque por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz. Su sufrimiento fue su puerta al gozo.
Nuestro sufrimiento tampoco es en vano. Nuestro sufrimiento también puede ser nuestra puerta al gozo. Depende de lo que hagamos con él.
Podemos tolerar el sufrimiento, esperando a que pase, preguntándonos por qué nos sucedió. O podemos entregar nuestro sufrimiento a Dios, en oración ponerlo en sus manos, para que Él lo use según Su sabiduría. Una es la puerta a la amargura. La otra, la puerta al gozo.