El amigo

Fue uno de los únicos amigos que me cayó bien desde la primera vez que lo vi. Las amistades tienden a desarrollarse con el tiempo. Pero este amigo era diferente. Desde el primer momento, me habló con la confianza de toda una vida de amistad. 

—¡Qué increíble! —Lo volteé a ver.

—¿Qué?

—Pues… cómo te trató. No estuve escuchando a propósito pero sí te alzó la voz y alcancé a oír lo que te dijo. ¿Cómo se atreve a tratarte así? No es justo. 

A pesar de que se había metido a mi conversación, tuve que darle la razón. El cliente me había tratado bastante mal. Y realmente sin razón, porque la confusión no había sido mi culpa. 

—No te mereces ese trato. —Mi nuevo conocido interrumpió mis reflexiones—. No es tu culpa y no tienes por qué soportar sus berrinches. —De nuevo, asentí. Y desde ese instante fuimos amigos, una de esas amistades que se vuelven cada día más inseparables.

Sus comentarios me hacían sentir mejor en situaciones difíciles.

—Oye, no tiene por qué hablarte así —cuando un cliente era demasiado exigente. 

—¿En serio? No puedo creer que te acaba de decir eso —cuando mi hermano se molestaba conmigo. 

—¿Cómo se pone a criticarte cuando todos sabemos que ella ni atiende bien a su familia? —cuando una conocida chismeaba sobre mis amistades.

Y comencé a tomar más confianza al entrar en conflictos. Me hizo reconocer que, a final de cuentas, mi opinión también era importante. Otros debían tomarme en cuenta. 

Con la ayuda de mi nuevo amigo, comencé a expresarlo.

—¡Oye! Yo también soy un ser humano. No tienes por qué tratarme mal —cuando me alzaban la voz. 

—¿Qué te pasa? ¿No ves que aquí estoy? —cuando alguien se metía a la fila. 

—¡Soy igual de importante que tú! ¿Por qué siempre tenemos que hacer lo que tú quieres? —cuando nos juntábamos los amigos. 

Más que todos, este amigo me ponía como prioridad, este amigo sí me estimaba. 

Tristemente, nuestra cercana relación parecía alejar un poco a los demás, pero como solíamos consolarnos: —No es culpa nuestra si ellos no quieren darnos la prioridad.

Al crecer nuestra amistad, se distanciaban cada vez más, no solo mis amigos, sino también mi familia. Me hirió esto y procuraba hablar con ellos. 

—¿Por qué ya no me quieres ver? —les preguntaba. Y cuando me respondían dando malas excusas como diferencias de intereses, mi amigo me defendía. 

—¡Si realmente te importáramos, harías lo que nosotros queremos hacer! 

Con el tiempo, vi que realmente nadie quería darme mi lugar y la vida era más sencilla sin ellos. Yo tenía el amigo perfecto. Y este amigo sería suficiente. 

Dejé de buscar a los demás, dejé de reunirme tanto con la familia. Salíamos solo mi amigo y yo. Conversábamos felices. 

—¿Viste eso? Tenemos que decirles que sus malos modos no son aceptables.

—¿Qué le pasa? ¿Qué tengo cara de que quiero hablar con cualquier callejero que se me presente pidiendo atención y dinero, aparte? 

—¡No saben con quién se meten!

La compañía de mi amigo me fue suficiente durante mucho tiempo. Lo tenía que ser porque los demás ya no me buscaban, ni yo, a ellos. Hasta el día en que me enfermé. 

Mi amigo no me dejó, pero fue la primera vez en todo ese tiempo que mi familia se me acercó. Mi mamá me traía consomé, mi hermana me prestaba libros, mi papá y mis hermanos traían películas y juegos de mesa para cuando tuviera suficiente energía. Y mi amigo nunca dejó mi lado. 

—¿Por qué te molesta con sus sopitas y atenciones?

—¡Qué libros tan aburridos! Ni conoce tus gustos.

—¿Qué no saben que necesitas descansar?

Y por primera vez, sus comentarios comenzaron a irritarme. Mi familia estaba expresando cariño, me estaban cuidando y él solo se quejaba de lo que hacían. ¡Se molestaba con ellos! Entre las atenciones de mi familia y las críticas de mi amigo medité en nuestra amistad. Poco a poco, me fui recuperando y, mientras tanto, repasé todo el tiempo que había pasado con este amigo: todos sus comentarios, todo lo que me animaba a hacer y a decir. Me di cuenta que mi familia y amigos no me habían dejado de buscar porque no me querían, sino porque mi amigo se enojaba con ellos y lo mostraba. Y yo, tomaba su lado. Reaccionaba igual que él, le daba la razón porque sentía que me defendía. Desde el inicio de nuestra amistad, yo ya no me tomaba el tiempo ni hacía el esfuerzo de entender a otros, de preguntar sobre sus motivaciones… simplemente llegaba a conclusiones, al igual que mi amigo, y me alejaba con enojo. 

Quise hablarlo con mis papás, pero mi amigo no dejaba mi lado ni por un segundo. Siempre estaba allí, siempre listo, siempre a la defensiva. El día llegó cuando tuve que reconocer que no podría tener una relación buena con nadie hasta que este “amigo” se retirara de mi vida. A pesar de todo lo que según había hecho por mí, solo me perjudicaba. 

Ya me estaba sintiendo mejor y recobraba mis fuerzas cuando decidí que había llegado el momento. Esa tarde, mi mamá y hermanito venían en camino para traerme de comer y quería quitármelo de encima antes de que llegaran. 

Volteé con mi amigo, que seguía a mi lado. 

—Sé que tú piensas que eres buen amigo, pero lo único que has logrado es alejar a todos los que me aman. Durante nuestra amistad, me he convertido en una persona difícil, una persona que me avergüenza. ¡No! No me interrumpas, por favor. He buscado la manera de mantener nuestra amistad y a la vez restablecer todas mis otras relaciones, porque sí te tengo cariño, pero lo veo imposible. Necesito que me dejes. Ya no podemos ser amigos. 

Después de unos momentos incómodos, en los que me sorprendió con una mirada de odio, Ira se levantó y me dejó.

Comentarios: ¡me encantaría saber qué piensas!

This site uses Akismet to reduce spam. Learn how your comment data is processed.