¿Recuerdas el día que Dios te llamó a creer?
El día que leíste un versículo, o alguien te compartió el evangelio, o quizás estabas escuchando una predicación.
Y Dios habló a tu corazón. Te llamó a creer.
Respondiste al llamado. Aceptaste la salvación que Dios te quería dar.
Ese día que Dios te salvó.
¡Qué gozo!
Ahora eras hijo de Dios. Habías sido redimido para Dios y para el Cordero. Santificado mediante la ofrenda del Señor Jesucristo. Habías obedecido al evangelio de Dios.
Y luego sonó el eco de las palabras antiguas de los leprosos afuera de Samaria. “No estamos haciendo bien. Hoy es día de buena nueva, y nosotros callamos…” Y siguen resonando esas palabras.
Dios te está llamando a algo más.
Dios quiere que les cuentes a todos cuán grandes cosas Él ha hecho contigo. (Marcos 5:19) Te manda a predicar el evangelio. (Marcos 16:15) Te manda a convertir a otros en seguidores del Señor. (Mateo 28:19,20) Te llama a hablar la verdad de Cristo y lo que ha hecho. (Hechos 1:8)
La Biblia está llena de versículos que te llaman a compartir el evangelio.
Dios te llama a compartir el evangelio de la gloria de Cristo.
Dios te llama a ser misionero.
Quizás Dios no te esté llamando a vivir en otro país, quizás no te esté llamando a aprender otro idioma, quizás no te esté llamando a viajar por todo el mundo.
O quizás sí.
Lo seguro es que Dios te está llamando a compartir el evangelio. Dios quiere que cada creyente sea misionero. Él te está llamando a ser misionero empezando, allí donde estás.
¡Qué bueno es recordar, que ser misionero empieza aquí donde estoy! No a fuerzas tiene uno que ir a otro país.