Cuando uno empieza a responder al llamado del Señor a compartir el evangelio, no sabe hacerlo muy bien. Y es normal, pero hoy quiero compartir 3 errores que yo cometí. ¡Quizás ayude a que otros los eviten!

1. Atacar las creencias de alguien.
Cuando tenía unos 15 años, tuve una compañera de trabajo que era testiga de Jehová. Un día decidí hablarle de la Biblia, pero en lugar de compartirle algo sobre la belleza del evangelio, le pregunté si creía que Cristo era Dios. Me dijo que no y comencé a atacar su creencia. Muy pronto ella me dijo que mejor dejáramos de hablar de eso porque nunca íbamos a estar de acuerdo y asentí.
Empecé esa conversación con buenas intenciones, queriendo defender la verdad de la deidad del Señor Jesucristo, pero ¡no fue la mejor manera de exponer el evangelio! Y tristemente nunca volvimos a tocar el tema.
2. Molestarme cuando alguien me manipuló.
Años después, una compañera con muchos problemas personales platicaba mucho conmigo, sus dos temas preferidos eran la literatura y Dios. Ella siempre me buscaba para hacerme preguntas y supuse que realmente tenía un interés sincero. Recuerdo un día en particular cuando nos quedamos solas y le expliqué el evangelio mientras ella lloraba. Pero, pronto me di cuenta de que le gustaba tener problemas porque así obtenía más atención y no tenía un verdadero interés en el evangelio. Y eso me molestó. Ella me había manipulado para obtener mi tiempo, mi compasión y mi atención. Entonces, comencé a evitarla. Al final del año escolar, a penas nos saludábamos.
Mientras es saludable poner límites cuando alguien se quiere aprovechar de ti, no fue bueno que yo me molestara porque al involucrar mis emociones negativas dejé de preocuparme por mi testimonio o por su alma. El error no fue poner límites en mi relación con ella cuando observé que era manipuladora, el error fue molestarme por eso.
3. Buscar ser perfecta.
Durante la carrera varios maestros me llegaron a hacer comentarios sobre la presión que veían que yo sola me imponía. Mis compañeros se reían porque yo era la “santita” del grupo. En varias ocasiones cuando hice cosas malas me sentí destrozada. Y todo porque yo procuraba ser la mejor persona posible. Tenía el noble deseo de dar buen testimonio, pero eso me llevó al extremo del perfeccionismo. Al final de la carrera, me di cuenta de que todo esto había dado una impresión incorrecta a mis compañeros sobre quién era yo como cristiana. Una me dijo que si era pecado dejarse controlar por el estrés entonces yo había pecado mucho porque siempre me estaba estresando por los exámenes. Y se quedó atónita cuando estuve de acuerdo con ella.
Eso me entristece porque como cristiana mi testimonio es que soy una pecadora perdonada, no que soy una persona perfeccionada. Mis compañeros deben de haber sabido eso desde mucho antes. El no permitir que ellos vieran que yo estaba consciente de mi pecaminosidad, redujo el impacto de una vida transformada por Cristo.
A pesar de estos errores que cometí cuando empezaba a compartir el evangelio, hay algo clave que hice muy, muy bien.
Lo intenté.
Comparto esto para que puedas evitar estos errores, sí. Pero, lo importante no es no cometer errores.
Lo importante es intentarlo.
Así que te animo a compartir el evangelio hoy. Como puedas. Con quien sea. Y quizás algún día tú también podrás hacer una lista de tus errores ¡para animar a otros a ser misioneros también!